domingo, 27 de noviembre de 2016

Parque Nacional Los Glaciares.

Glaciar Perito Moreno, agosto de 2005
Última etapa aventurera de nuestro viaje. Al planificarlo, reservamos la última semana antes de regresar a Buenos Aires para disfrutar de la primavera austral en el Parque Nacional Los Glaciares, en la cordillera andina argentina y alineado de forma paralela con los campos de hielos continentales y con el Océano Pacífico. El Parque tiene dos zonas claramente definidas. La zona norte tiene como eje el pueblecito del Chaltén, muy cerca del lago Viedma y, como plato fuerte, la cordillera con el monte Fitz Roy y el cerro Torre. El Calafate es el núcleo central de la zona sur y comprende el Glaciar estrella, el Perito Moreno, pero también el lago Argentino con los glaciares Upsala y Spegazzini. 
Conseguimos billete de autobús desde Puerto Natales al Calafate por los pelos y eso que partieron a la misma hora dos autobuses enormes de dos pisos abarrotados de turistas de todas las edades, o sea que os podéis imaginar la romería que es esto en esta época y los precios desorbitados que tiene todo. Nosotros, como somos muy previsores, venimos de Chile con nuestras provisiones de Casillero del Diablo y no nos importa tirar del súper con tal de disfrutar de este lugar maravilloso en esta época primaveral, sin correr el riesgo de quedarnos congelados, como la última vez que estuvimos. 
Hemos encontrado los dos pueblos muy cambiados. Ambos han crecido y siguen creciendo muchísimo, las tiendas de regalos y recuerdos se han multiplicado, hay cervecerías y restaurantes modernísimos, los dos están llenos de tiendas especializadas en ropa de montaña y los precios se han disparado. El cambio es más notable aún en El Chaltén. En el 2005 era un pueblín con una sola calle y una cafetería. Lo visitamos con Juana y Amalia en un día de excursión desde el Calafate y no pudimos caminar más allá de trescientos metros del sendero del Fitz Roy, pues nevaba abundantemente y el sendero no se veía por la densa niebla. Entonces viajamos en una furgoneta unos cinco o seis turistas. Hoy es la meca de los caminantes y en temporada alta, como es ahora, los autobuses vienen repletos de excursionistas muy variopintos, de distintos presupuestos, pues también existe la posibilidad de acampar y no tener que pagar un hotel. Eso sí, todo el mundo viene a caminar, más despacio o más deprisa, con bastones o sin ellos, con o sin guías, pero a caminar. Me encanta el coraje de los abuelos y abuelas -en muchas ocasiones abuelas solas- que se atreven a hacer los senderos con su guía delante para ellos solos, su fuerza de voluntad y su osadía. 
Cuando llegamos al Chaltén el día 21 de noviembre, llevábamos la idea de pasar un día de relax, informarnos sobre lo que podíamos hacer... pero nada, fuimos a la Oficina de Guardarques y un entusiasta y más que motivado guardaparques casi nos ordenó que ese mismo día teníamos que hacer la caminata a la Laguna Torre. Por lo visto, el cerro Torre suele estar siempre cubierto por las nubes y cuando hace mal tiempo es el primero que se tapa. Ese día se veía, así es que había que aprovecharlo y hacer la caminata sí o sí. Dicho y hecho: acatamos las órdenes del guardaparques como si se tratara de un comandante en jefe, en unos minutos cambiamos el chip -algo para lo que sirve mucho este tipo de viajes-, cogimos algo de provisiones y de agua y comenzamos la marcha aunque era ya casi la una de la tarde. Y ahora nos alegramos mucho, pues dos días después, a pesar de que hacía un sol de escándalo, el pico estaba totalmente cubierto por las nubes. Ni rastro de él. Se trata de una caminata de unos 20 kilómetros ida y vuelta, de dificultad media. Y se hace muy bien porque durante todo el camino, bordeado de lengas, vas viendo al fondo las agujas del Torre, cada vez más cerca, motivándote para que sigas adelante. La vista, una vez pasadas las morrenas del Glaciar Grande y del Glaciar Torre, son majestuosas: la laguna Torre, todavía con trozos de hielo flotando, las agujas -la más alta es el Torre- y los dos Glaciares. No hacía sol y predominaban los fríos tonos plata, gris y blanco, pero no hacía prácticamente nada de viento, lo cual allí es rarísimo, y el espectáculo era maravilloso; nos volvimos caminando, con las piernas destrozadas, pero contentísimos por haber tenido tanta suerte y por haber sido tan obedientes. 
Al llegar al hotel nos dijeron que al día siguiente iba a hacer aún mejor clima, así es que no se podía descansar. De nuevo había que ponerse las pilas y aprovechar ese día de la primavera austral, el 22 de noviembre, para hacer la más exigente de las caminatas clásicas en esta zona: la laguna de Los Tres -en honor a los tres montañeros franceses que coronaron por primera vez este monte- y la base del Fitz  Roy. Por cierto, Fitz Roy es el segundo nombre que tiene este monte: lo nombró así el expedicionario argentino por antonomasia, el Perito Francisco Moreno (1852-1919), en honor al capitán del Beagle, el barco en el que Darwin viajó durante años y en el que llegó a las islas Galápagos. Hay que ver cómo todo se mezcla y se enreda. Él no sabía que ese monte ya tenía nombre, el que los indios tehuelches le habían dado desde tiempos inmemoriales: Chaltén, es decir, montaña que humea, debido a las neblinas que frecuentemente coronan su cima y que lo asemejan a un volcán. 
En cuanto a kilómetros, esta marcha es muy parecida a la anterior, pero en lo que respecta a la dificultad, pasamos ya a la categoría media-alta, pues el último kilómetro tiene el firme muy resbaladizo, un desnivel del 40% y pesa como si fueran cien kilómetros en vez de uno. Hasta llegar ahí, el camino es precioso, con miradores desde los que se tienen unas vistas impresionantes del Fitz Roy y con el descanso que ofrece la Laguna Capri, cuyas aguas reflejan el cerro en una imagen bellísima. Cuando llegas al cartel en el que se anuncia el último kilómetro con todas las advertencias pertinentes, te entra la duda de si podrás hacerlo, pero el reguero de gente que sube te anima a continuar, cada uno a su ritmo, y llegas, teniendo cada vez más cerca la imagen de esta inmensa mole de piedra. Ya arriba, con un sol espléndido, la vista de la laguna, el cordel de montañas y los glaciares es un momento impagable. 
La vuelta se hace dura porque las piernas sufren mucho en la bajada, así es que nuestro tercer día en el Chaltén lo dedicamos a descansar y reponer fuerzas. Para no perder del todo el ritmo, vamos a visitar un paraje conocido como el Chorrillo del Salto, una bonita cascada en un paisaje idílico para la meditación y el descanso. Pero el resto del día lo pasamos en el pueblo, estirando los músculos y comprobando que el cerro Torre sigue sin verse. Ese guardaparques tenía dotes adivinatorias, seguro. 
Nos quedan dos días antes de volar a Buenos Aires. El primero lo dedicamos a desplazarnos desde el Chaltén al Calafate -es el nombre de una baya silvestre muy abundante en esta zona y con la que se hacen unos helados riquísimos- y el segundo y último en el Parque Nacional, a visitar de nuevo el Glaciar Perito Moreno. Para ello contratamos una excursión con el hostel en el que estamos, pues nos han dado un precio muy poco por encima de lo que pagas si lo haces por tu cuenta y vamos con un guía que nos acompañará en lo que ahora se llama un "tour alternativo" y que consiste en llegar al famoso glaciar no por la carretera convencional sino por una pista de ripio que se extiende en medio de la estepa patagónica, desde la que se observan muchos tipos de aves y otros animales esteparios y que enlaza un buen número de las típicas y gigantescas haciendas argentinas, en las que se sigue trabajando la esquila de las ovejas y en las que todavía se puede encontrar, salvando las distancias, al tradicional gaucho de la Patagonia argentina. 
Con todo, como es normal, la maravilla de la excursión empieza cuando, tras doblar el autobús una curva, se tiene la primera vista del Glaciar Perito Moreno. Y luego, la segunda vista, más de cerca. Las fotos hablan por sí solas. Y creo que lo hacen mucho mejor de lo que lo podemos hacer nosotros, pues las palabras difícilmente aciertan a describir la majestuosa belleza de esta joya de la naturaleza. Este glaciar es el tercero más grande de Argentina y el único que no retrocede, sino que se mantiene estable. Es, además, el de más fácil acceso: las distintas perspectivas que se obtienen de él en el paseo por las pasarelas o desde el barco son impresionantes, pues tienes la lengua de hielo azul que baja arrastrándose por la montaña a un paso, tanto que casi puedes tocarlo. El estruendo que provocan los trozos de hielo que se desprenden del glaciar al caer en el Brazo Rico del Lago Argentino te dan una idea de la imponente fuerza y vitalidad de este gigante helado. 
Las playas turquesas de Cuba, el Valle de Cocora, las islas Galápagos, el Chimborazo, y el resto de volcanes ecuatorianos, la ceja de selva peruana, el Amazonas, las cataratas del Iguazú, el canal Beagle, el Chaltén y ahora el Perito Moreno. No creáis que es fácil digerir tanta emoción.

























2 comentarios:

  1. Qué maravilla, qué buen tiempo tuvisteis! Qué suerte! Me alegro un montón de que sigáis a tope con el viaje, aprovechando cada momento y, como bien decís, dispuestos a cambiar los planes en un segundo, jeje. Nosotros pasamos una semana completa en el Chaltén y para mí fue uno de los lugares más especiales del viaje, un rinconcito que aunque en vías de masificación nos permitió disfrutar de unos paisajes inolvidables y de reconectar con nosotros mismos, sin prisas. Estuvimos en el Relincho, uno de los campings, y esa semana tranquila, de caminatas, lecturas, cafés y diario fue muy especial. Qué recuerdos...
    En fin, que un abrazo muy fuerte pareja y que disfrutéis de lo que os queda de viaje, que aquí de vuelta en la rueda las semanas pasan igual pero no se viven de la misma manera.

    Carlos (Pamplona - Cuba)

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  2. Querido Carlos: qué alegría tan grande tener noticias vuestras. Parece mentira cómo se han pasado estos cinco meses y, aunque suene a topicazo, parece que fue ayer cuando nos conocimos en Cuba y pasamos aquellos días geniales de sol, playa y divertidos y apretujados viajes en todos los medios de transportes posibles. Qué risa da ahora al recordarlo. Y tienes toda la razón: ya estamos de vuelta y es muy difícil mantener esa sensación de plenitud, de felicidad. Nos quedan como consuelo los recuerdos y las ganas de que haya mas viajes. Porque los habrá seguro, tanto para vosotros como para nosotros. Y lo mismo hasta volvemos a coincidir. Pamplona y Cáceres están muy cerca. Seguiremos en contacto y volveremos a rajar de política y a charlar por los codos delante de unos mojitos. Un abrazo muy grande para los dos.

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