viernes, 29 de julio de 2016

¡Bienvenidos a Guatemala! De Frontera Corozal a Antigua.

El día 26 nos recogió en el cruce de la aldea lacandona el microbús que venía de Palenque y nos llevó de nuevo a Frontera Corozal. Sellamos la salida de México sin ningún problema y el mismo taxista nos gestionó una barca en la que cruzamos el río Usumacinta hasta La Técnica, en Guatemala. Y aquí empieza el primer contacto con un país ante el que México nos parecía ahora algo así como Alemania. Lo primero es que el bus "turístico" -luego lo veréis en la foto- tardaba casi dos horas en  salir y estuvimos allí esperando todo ese tiempo sin hacer nada, mientras que otros autobuses, públicos, salían continuamente. Pero lo mejor vino cuando llegó el momento de salir: cuando logró arrancar, después de varios intentos, se le partió el cable del acelerador y comenzó la aventura. Para echarte a reír, que es lo que hicimos el primer cuarto de hora, viendo cómo intentaban arreglarlo con un alambre. Pero no había forma. Aquello era un desecho de autobús. Así es que Julio ya se puso bravo, como sólo él sabe hacerlo, y les conminó a que nos montaran en un bus público. En fin, conclusión: que no hay que coger nada con agencia para hacer este paso de la frontera, porque mientras estábamos en México no se portaron mal, pero una vez en Guatemala, lo que te ofrecen de infraestructuras es lo que tiene el país, que en la zona de Petén es bastante pobre. 
A partir de aquí, tres horitas tres por un camino sin asfaltar, dando tumbos y tumbos. Como en La Técnica no hay inmigración, sellamos el pasaporte en Bethel, sin ningún problema, aunque es verdad que el tema de pagar o no pagar por entrar es bastante arbitrario. Nosotros, por ejemplo, no pagamos porque les decimos que no es la primera vez que entramos en Guatemala. En fin, los argentinos que venían con nosotros tuvieron que pagar sin más remedio. Esto es Guatemala. 
Nuestro bus contratado con la agencia iba hasta Flores, pero nosotros nos bajamos en El Subín y de ahí cogimos otro hasta Sayaxché, porque nuestra idea era llegar a Lanquin para ver Semuc Champey, unas pozas de aguas turquesas y roca caliza alucinantes. Pero la vida en Guatemala termina pronto, porque anochece también muy pronto, y ya no hay manera de seguir camino adelante. Así es que no no nos queda más remedio que hacer noche en Sayaxché y renunciar a Semuc Champey. Por cierto, para acceder a Sayaxché tuvimos que cruzar también en barca el río de la Pasión que sí, que suena muy bonito, pero que cuando veáis la foto con el cerdo comprobaréis que de pasional no tenía mucho. 
Y resumo el 27: 12 horas de autobús, de seis de la mañana a seis de la tarde, para llegar desde Sayaxché a Antigua. Ahí es nada. Toda una aventura en la que, además, tuvimos la ocasión de pisar Ciudad de Guatemala, por la que un lugareño que venía con nosotros en el bus nos acompañó, nos montó en el transmetro, nos pagó los quetzales que costaba porque era con monedas y no teníamos... En fin, un tío majísimo. Bueno, la verdad es que nos atravesamos más de media Guatemala con el objetivo de encontrarnos con Juana y Amalia en Antigua, toda una proeza en un país sin infraestructuras en el que es muy complicado moverse, a no ser que te adaptes al ritmo lento de aquí y le eches paciencia. Eso sí, por la tarde noche, el regalo de volver a pisar la bellísima ciudad de Antigua, que perdura en nuestro recuerdo desde hace 17 años como una de las ciudades coloniales más hermosas que hemos visto y que se merece una entrada para ella sola. 
Para lo bueno y para lo malo, ¡bienvenidos a Guatemala!





jueves, 28 de julio de 2016

Palenque, Yatxilán, Bonampak y la aldea Lacanjá Chansayab

Palenque, Yaxchilán, Bonampak y la aldea Lacanjá Chansayab.

El 23 de julio salimos de Campeche en bus público a las 11 de la mañana y llegamos a Palenque después de las 5 de la tarde. Una palicilla de viaje. El pueblo de Palenque es feo y destartalado, pero hay que venir aquí si quieres visitar sus ruinas mayas, las más importantes de Chiapas. Es fácil llegar a ellas en taxi colectivo y, si vas temprano, cuando aún no han llegado las hordas de turistas, son una maravilla para los ojos. Destaca el edificio del palacio con su torre, icono de este yacimiento arqueológico, y también el templo de las inscripciones, posiblemente el monumento funerario Maya más famoso por la enorme tumba que contiene y por sus paneles de estuco con relieves de personajes nobles. Hay que imaginarse todo esto pintado de color rojo sangre con los estucos en azul y amarillo. La verdad es que sobrecoge, aunque sin duda lo que le da ese aspecto mágico y especial es su enclave en medio del Parque Natural Palenque, o sea, en la selva, donde es fácil ver y escuchar a los monos aulladores y a los tucanes. 
Después de visitar las ruinas, nos dedicamos a intentar decidir y cerrar qué vamos a hacer mañana. De Palenque sale la llamada carretera fronteriza, que te conduce hasta Frontera Corozal, a orillas del río Usumacinta, frontera con Guatemala. Desde un principio, teníamos claro que entraríamos en Guatemala por este paso, cruzando el río en lancha, desde Frontera Corozal en México hasta La Técnica en Guatemala. Las dudas estaban en cómo organizarlo todo para visitar también dos yacimientos mayas que están muy cerca. Nos referimos a Yaxchilán y Bonampak. Está claro que todo se puede hacer por tu cuenta, pero tienes que tener bastante tiempo para esperar a que se llenen los colectivos y las lanchas si no quieres pagarlos al completo. Y contar también con que llevábamos todo el equipaje a cuestas. Y con que los zapatistas están aquí muy asentados y uno debe asegurarse de que no le coja la noche en la carretera. Así es que, después de mucho mirar y preguntar, decidimos coger un tour con una agencia turística que nos permitiera visitar los dos yacimientos, dormir cerca de la frontera y cruzarla al día siguiente continuando camino ya en Guatemala. Nuestro primer todo incluido, excepto las tasas de ayuda al pueblo indígena lacandón, que te cobra cada vez que accedes a una de sus comunidades, y los refrescos. 
El 24, a las seis de la mañana, emprendimos el viaje hacia Frontera Corozal parando a desayunar en el camino. Una vez allí, una lancha nos llevó río abajo durante cuarenta minutos hasta Yaxchilán, también a orillas del río Usumacinta. La visita no nos ha decepcionado nada, teníamos mucha ilusión en visitar este sitio y la verdad es que ha sido muy parecido a lo que habíamos imaginado: una ciudad maya en ruinas, medio comida por la selva, con un enclave espectacular, en medio de la jungla, el rugido de los monos saraguatos aulladores de fondo... Todo muy romántico. 
Vamos, que ya quisiera Indiana Jones...
Regresamos a Frontera Corozal remontando el río y, tras la comida, vamos a Bonampak, en la carretera fronteriza, famosa no tanto por sus edificios como por los frescos que conserva en el interior de alguno de ellos. Son algo único. Es verdad que algunos están muy deteriorados, sobre todo por la falta de cuidados en épocas pasadas, pero hay fragmentos de una gran belleza y con unos colores muy bien conservados. El día que se decidan a restaurarlos serán aún más impresionantes. Tras visitar Bonampak, nos llevan solo a nosotros -pues el resto del grupo regresa a Palenque- a Lacanjá Chansayab ("pequeño río que se seca") una aldea Maya en la selva Lacandona, cuyas familias gestionan campamentos con cabañas para los turistas, consiguiendo así una importante fuente de ingresos que alivie algo sus escasos recursos. Nos pareció una buena idea pasar aquí la noche, en un enclave indígena bastante real, sin espectáculos de danzas para guiris ni nada de eso. Está cerca de la frontera y favorece la autogestión de los indígenas fomentando un desarrollo turístico sostenible. Eso sí, a las once se va la luz. Así es que habrá que irse pronto a la cama o a mirar las estrellas. 








domingo, 24 de julio de 2016

Yucatán colonial: Valladolid, Izamal, Mérida y Campeche.

La otra parte que a nosotros nos ha encantado de Yucatán es su pasado colonial, patente en el trazado urbanístico de sus ciudades, en sus plazas, que recuerdan mucho a las castellanas; en sus colores, que nos llevan queramos o no de regreso a Sevilla con la imaginación; en sus iglesias y catedrales. Es como si estuviéramos visitando cualquier ciudad española con un casco antiguo bien cuidado, del que su población se siente orgullosa y por eso lo valora y lo cuida. De estos cuatro sitios, solo era nueva para nosotros Izamal, pero ha sido un placer regresar a las otras tres, cuyo recuerdo era ya un poco nebuloso, aunque muy bueno. 
Valladolid es la tercera ciudad más grande de Yucatán pero da la sensación de ser una ciudad pequeña, con sabor provinciano, accesible para el viajero y fácil de recorrer. Como las otras que hemos visitado, la vida gira en torno a su plaza o parque y su catedral. A los lados de la plaza, caserones, palacios, arcadas; y en las calles, hileras de casas con las fachadas pintadas de distintos colores, cada uno a su gusto, muchos en tonos pastel, y grandes rejas en los ventanales, que recuerdan a las de Trinidad. Sobresale la calzada de los frailes, una calle especialmente bonita que une la ciudad con el  convento de Sisal y en la que no es posible parar de hacer fotos. Otra cosa: aquí descubrimos lo cambiante que va a ser el clima en los próximos días, pues pasamos de un calor húmedo sofocante  por el día a tardes de fuertes tormentas que a veces logran refrescar el ambiente. 
Pero los tormentones de verdad nos cayeron en Izamal, un pueblecito al que vinimos por las ganas de hacer algo nuevo y porque lo recomendaba la Santa guía Lonely Planet. Izamal ofrece la posibilidad de vivir en un pueblo colonial yucateco, adonde solo llega prácticamente turismo interior y donde hay muy poco que hacer, salvo pasear por sus calles, todas pintadas de amarillo albero. Tiene un edificio que la hace singular: el santuario convento de San Antonio de Padua, levantado por los españoles sobre lo que fue la pirámide maya más importante de Izamal. Hoy está en el centro del pueblo, es enorme y lo domina todo, como antes lo haría la pirámide. La verdad es que emociona algo el pensarlo. Y, además, conserva más pirámides, a medio excavar, en el mismo centro urbano. De hecho, una de las paredes del patio de nuestro hotel conservaba la base de una antigua pirámide Maya. En fin, un sitio muy especial que nos alegramos mucho de haber conocido. 
En cuanto a Mérida, el recuerdo la había magnificado en nuestra mente y el aumento del tráfico, el ruido, el gentío y la contaminación han modificado bastante ese recuerdo. En resumidas cuentas: Mérida tiene las contradicciones de las ciudades grandes. No deja de ser bonita, pero podía estar más limpia y más cuidada; ofrece más servicios y a veces tiene un aire europeo en sus escasos parques que es difícil encontrar en otros sitios; tiene actos culturales, espectáculos de serenatas yucatecas,  espectáculos de luz y sonido sobre el conquistador y fundador de la ciudad, manifestaciones bajo la imagen del Che en contra de la reforma educativa... Pero sería necesario preservar aún más algunos espacios para hacerlos más habitables, más amables para sus habitantes y para el viajero. 
Y Campeche es la eternamente olvidada y, sin embargo, preciosa y cuidadísima. Ya teníamos apuntado del anterior viaje que Campeche fue la ciudad que más nos gustó y ahora lo corroboramos. Está en el Golfo de México y eso le da cierto toque exótico, acentuado además porque su casco histórico está totalmente amurallado. Como en las demás, el centro neurálgico lo constituyen su parque y su catedral, de donde parten sus calles trazadas en cuadrícula con casas de fachadas recién pintadas. Es especialmente bonita la calle 59, que une la Puerta del Mar con la puerta de Tierra, aunque por cualquier calle que camines tienes la misma sensación de tranquilidad y de progreso controlado. Hay que avanzar, claro, pero sin arrasar a nuestro paso con todo lo que hemos sido. 












Yucatán Maya: Chichén Itzá, Uxmal, Cobá y Ek' Balam.

Sin duda, una de las principales razones para visitar Yucatán es su gran legado Maya. Pero es imposible visitar la mayoría de sus yacimientos arqueológicos, por falta de tiempo, por la dificultad del transporte... En este segundo viaje por estas tierras hemos repetido los dos más populares e imprescindibles, Chichén Itzá y Uxmal, y hemos incorporado dos nuevos para nosotros, Cobá y Ek' Balam. Chichén es fácil visitarlo tanto desde Valladolid, como si se va camino de Mérida. Lo que ya no resulta fácil es verlo libre de turistas y de vendedores, así como tampoco es posible ya acceder al interior de los edificios. Aunque se haya visitado antes sigue impresionando como la primera vez. Su pirámide-calendario o el edificio de las monjas o su enorme juego de pelota son inigualables. También lo son las ristras de vendedores ambulantes que ocupan cada centímetro de la acera de las sendas por las que circulan los turistas intentando venderte siempre los mismos zarrios. Un verdadero rastro. Pero también una verdadera maravilla de la arquitectura Maya. 
De la misma categoría podemos considerar Uxmal, que se puede visitar en transporte público desde Mérida. La visión de la pirámide del adivino, nada más entrar en el recinto, es majestuosa, como lo son la multitud de adornos, estucos y filigranas estilo puuc que ornamentan las fachadas de sus edificios. Dos aspectos, además, a su favor: la falta de turismo masivo y por, consiguiente, de vendedores de recuerdos. Una visita imprescindible y muy gratificante, pues los edificios se ven a dos palmos y es posible acercarse a las ruinas y contemplar muy de cerca sus exquisitos motivos ornamentales.
A Cobá fuimos desde Tulum, también en transporte público. No es tan majestuosa como las anteriores, pero como comienzo no está nada mal. Tiene un enclave precioso, con ruinas poco restauradas, salvo un observatorio y una pirámide desde cuya cima se contempla un mar de jungla verde rozando con el horizonte. Esta fue la primera pirámide que subimos y nos dejó ya las piernas destrozadas para unos cuantos días. Y Ek' Balam destaca fundamentalmente porque es la única que conserva en su acrópolis unos motivos ornamentales en estuco que son únicos: figuras humanas aladas que deben de representar a chamanes o curanderos..., enmarcando un trono que sale de la boca enorme de un jaguar. En fin, es difícil describirlo con palabras. 
Ruinas de una civilización que dejó huella de su esplendor en enormes edificios que hoy tienen además un halo mágico por su excepcional ubicación, en medio de la selva. Parece ser que muchas de estas ciudades ya habían sido abandonadas cuando llegaron los españoles, aunque los mayas seguían visitándolas para celebrar rituales sagrados. No nos extraña que los españoles se quedaran apabullados cuando las vieran. Son, realmente, un tesoro de la humanidad. 









sábado, 23 de julio de 2016

Tulum

Como las desventuras en el aeropuerto de Cancún nos llevaron su tiempo, no llegamos a Tulum hasta bien entrado el mediodía. Vinimos aquí más que nada por una cuestión sentimental, por los recuerdos que teníamos de cuando hicimos la Ruta Maya en el verano del 99 y porque la playa siempre es un buen plan para pasar un día de cumpleaños. Tulum ofrece un yacimiento arqueológico de segunda categoría porque sus edificios no son tan majestuosos como los de los yacimientos más importantes, pero tienen a cambio una ubicación inmejorable, en un acantilado con el mar a sus pies. Esta vez nos hemos saltado la visita a las ruinas, pero las hemos disfrutado desde la playa. En las fotos no se ven muy bien, pero están al fondo. Tiene, además, otro inconveniente: el pueblo está a 3 kilómetros de la playa, así es que tienes que pensarte bien dónde ubicarte. La primera vez que vinimos nos quedamos en unas cabañas en la playa y el pueblo ni lo tocamos. Esta vez, cuando buscábamos alojamiento, vimos esas mismas cabañas, que ahora ya tienen otro nombre, y resultaba que sobrepasaban nuestro presupuesto, así es que no nos quedó otra que alojarnos en el pueblo, en un hostel de mochileros con muy buen ambiente. Así es que resulta que, hace 17 años, cuando éramos mucho más jóvenes y viajábamos con un presupuesto más ajustado, pudimos quedarnos en la playa, mientras que ahora nos resulta caro, pues cualquier hotel en la playa, por sencillo que sea, se sale de nuestras posibilidades. Las paradojas que trae consigo el paso del tiempo y el progreso. De todas formas, el plan B estuvo muy bien: día de playa viendo las ruinas al fondo, con nuestras queridas cabañas del año 99 detrás y a la sombra de una palmera que compartimos con una familia de argentinos. Perfecto. Tulum pueblo ofrece, además, una ventaja importante, y es que allí están la mayoría de los servicios, restaurantes, bares, etc. Para celebrar mi cumpleaños cenamos en El Camello, un restaurante marisquería que fue en su día una antigua cofradía de pescadores. El ceviche de gambas estaba insuperable y el pescado a la plancha nos supo a gloria.
O sea que ya sabéis: si queréis venir a Tulum, hay que ahorrar un poquito para la playa o poner en marcha el plan B, que seguro que tampoco estará mal.





jueves, 21 de julio de 2016

De las pequeñas penalidades y otras desventuras del viajero

Nos vais a permitir que dediquemos esta entrada de una manera especial a nuestro amigo Juan Barriga. La noche que nos despedimos en nuestro patio, después de algunos tragos y ya todos muy alegres, él nos pidió que, para que la envidia de nuestros lectores no fuera demasiado grande, cada dos o tres entradas "buenas" hiciéramos una "mala", de manera que contásemos algunas pequeñas desgracias o sinsabores y así os sintierais todos felices de no haber emprendido un viaje como este. Y, como nosotros somos muy bien mandados, aquí tenéis una. 
Vamos a obviar la consabida venganza de Moctezuma porque no nos gusta ser escatológicos y vamos a pasar directamente a la sección "Aeropuertos": la llegada al aeropuerto de Cancún ha sido hasta ahora la primera y única experiencia desagradable del viaje. Carlos e Itziar, que lo habían pisado en tránsito, ya nos habían contado que los registros del equipaje eran terriblemente exhaustivos, que te llevaban un montón de tiempo y podía ser exasperante. Bueno, pues a nosotros nos tocó y bien. Puro azar, simplemente cuando apretamos el botón nos salió rojo. Empezaron por mí y, aparte de deshacerme la maleta entera, pasé, pero cambiaron de aduanero y con Julio se cebó. El problema vino por los medicamentos. Después nos enteramos de que todo es una mafia, que intentan requisarte todo lo que pueden para pasarlo luego al mercado negro. Para quitarnos un relajante muscular -que es de lo que más buscan junto con los antibióticos- nos tuvieron en un cubil durante casi dos horas, todo para rellenar un formulario que solo llevaba sus datos y el dato del medicamento. Pero no había manera, chicos. Y a todo esto le ponéis ahora el ambiente: el cubil lleno de policías desoficiados, el que me echaran fuera del aeropuerto y Julio estuviera solo, los niñatos... En fin, todo muy desagradable. Así es que ya sabéis: para viajes de este tipo es necesario traer un informe médico con la relación de los medicamentos que llevas. Juana y Amalia nos los traerán el 28. No sabemos si servirá para algo, pero lo que esperamos realmente es que esto no se repita. 
Seguimos. Otra pequeña adversidad: dos horas antes de salir hacia Madrid me di cuenta de que había perdido mi tarjeta del banco, donde está, obviamente, mi dinero. Momento de pánico, reproches varios, etc. Pero aquí no me amilané y puse a rentar todo lo que he aprendido este año:
1. Hice caso a mis compañeros del taller de relajación e hice tres respiraciones profundas.
2. Hice caso a María Banda -psicóloga- y pensé con convicción que para todo existe un plan B.
3. Hice caso a Juan Barriga y nombré a San Antonio, porque según él basta con nombrarlo, no hay ni que rezarle. 
Y una vez hechos los tres pasos, vi la luz. Llamé al Banco y allí estaba mi tarjeta. Y no la habían bloqueado. Y faltaba media hora para que cerraran. Y me daba tiempo de ir a recogerla. ¿Os dais cuenta de cómo los tres pasos funcionan? En el aeropuerto lo pasamos mal porque no los hicimos bien.
Y una más -no os quejaréis-: el día siguiente al de la bonita experiencia aeroportuaria me di cuenta de que no había traído la certificación de la vacuna de la fiebre amarilla, obligatoria para entrar en Brasil. ¿Qué hacía? ¿Me la ponía otra vez? ¿Pero dónde? Por lo pronto, hice los tres pasos y luego le hice caso a Julio y llamé a Teresa, gracias a quien nuestra casa está habitualmente limpia. Ella fue a casa, la buscó, la encontró, se la mandó a Juana por correo y la tendré aquí el 28. Así es que ya sabéis: además de hacer bien los tres pasos, es imprescindible tener amigos y hermanos que te echen un cable cuando lo necesites. Yo creo que con todo esto no hace falta nada más. 
Y ya está: creemos que esta entrada "mala" vale por tres o cuatro. Esperamos no volver a escribir otra en muuuuuuuucho tiempo. Y que seáis felices.

lunes, 18 de julio de 2016

Remedios y Cayo Santa María

El 10 de julio salimos desde Trinidad hasta Remedios en Viazul, pasando por Santa Clara. Disponíamos de dos días antes de regresar a La Habana y nos habíamos pensado mucho, al planificar el viaje, dónde emplearlos. Al final nos decidimos por reservar dos noches en este pueblecito de la costa norte de Cuba, del que nos habían hablado Juana y Amalia y del que la guía Lonely Planet decía que era una Trinidad en pequeñito. Yo albergaba, además, la esperanza de poder visitar algún cayo del norte, a pesar de que todo el mundo decía que solo era posible reservando un hotel de los de todo incluido. Sin saber muy bien si habíamos acertado, reservamos dos noches en Remedios y dejamos, con mucha pena, solamente la del 12 para La Habana. De esta manera podíamos decir que habíamos pateado más o menos bien la mitad oeste de Cuba. 
Remedios es un encantador pueblecito del norte de Cuba. Es verdad que se parece a Trinidad en su aspecto colonial, sus iglesias y sus casas de colores, aunque no tiene las calles empedradas ni la alegría desbordante de Trinidad. A cambio, ofrece la posibilidad de disfrutar tranquilamente de una Cuba menos turística, más cercana y que parece más real. En su plaza, que es la única que hemos visto con dos iglesias y que se restauró el año pasado por los 500 años de la fundación de Remedios, lo único que hay que hacer es ver pasar la vida, tomar un helado pagando en pesos cubanos oh escuchar música en directo en el Louvre, un bar en el que decía la Lonely que había estado García ñLorca. Por si acaso era verdad, allí cayeron unos cuantos mojitos. 
Así es que Remedios enseguida nos conquistó y nos dio la sensación de que habíamos acertado. A ello contribuyó también la casa particular donde nos alojamos, con un patio precioso, unos hidráulicos alucinantes, que veréis ahora en una foto y unos dueños amabilísimos que nos hicieron la estancia muy agradable. Fueron ellos quienes nos informaron de cómo visitar Cayo Santa María por nuestra cuenta. Nos buscaron un taxi que compartimos a la ida con unos italianos que iban a quedarse en el Meliá y que nos llevó a nosotros al único rincón de playa del Cayo que se puede visitar por libre, pues es una reserva natural de aves. Es totalmente salvaje y no tiene servicios, pero ya se encargaron ellos de avisarnos de que muy cerquita quedaba el último hotel del cayo de los de todo incluido y nos dijeron que si nos apretaba la sed podríamos ir allí a tomar algo, pues los clientes ¡no llevaban pulserita! Os vais a reír, pero hasta tres personas nos hablaron de hacer esto antes de entrar en la reserva y ¡claro! como la playa era idílica y la sed al final apretó y lo único que faltaba para completar este precioso día era una rica bebida caribeña, el Hotel Resort de al lado nos invitó-a nosotros y a todos los que se habían decidido por la playa pública- a dos piñas coladas y dos mojitos. ¿Qué más se puede pedir? ¿Habíamos acertado o no visitando Cayo Santa María por libre?