El día 26 nos recogió en el cruce de la aldea lacandona el microbús que venía de Palenque y nos llevó de nuevo a Frontera Corozal. Sellamos la salida de México sin ningún problema y el mismo taxista nos gestionó una barca en la que cruzamos el río Usumacinta hasta La Técnica, en Guatemala. Y aquí empieza el primer contacto con un país ante el que México nos parecía ahora algo así como Alemania. Lo primero es que el bus "turístico" -luego lo veréis en la foto- tardaba casi dos horas en salir y estuvimos allí esperando todo ese tiempo sin hacer nada, mientras que otros autobuses, públicos, salían continuamente. Pero lo mejor vino cuando llegó el momento de salir: cuando logró arrancar, después de varios intentos, se le partió el cable del acelerador y comenzó la aventura. Para echarte a reír, que es lo que hicimos el primer cuarto de hora, viendo cómo intentaban arreglarlo con un alambre. Pero no había forma. Aquello era un desecho de autobús. Así es que Julio ya se puso bravo, como sólo él sabe hacerlo, y les conminó a que nos montaran en un bus público. En fin, conclusión: que no hay que coger nada con agencia para hacer este paso de la frontera, porque mientras estábamos en México no se portaron mal, pero una vez en Guatemala, lo que te ofrecen de infraestructuras es lo que tiene el país, que en la zona de Petén es bastante pobre.
A partir de aquí, tres horitas tres por un camino sin asfaltar, dando tumbos y tumbos. Como en La Técnica no hay inmigración, sellamos el pasaporte en Bethel, sin ningún problema, aunque es verdad que el tema de pagar o no pagar por entrar es bastante arbitrario. Nosotros, por ejemplo, no pagamos porque les decimos que no es la primera vez que entramos en Guatemala. En fin, los argentinos que venían con nosotros tuvieron que pagar sin más remedio. Esto es Guatemala.
Nuestro bus contratado con la agencia iba hasta Flores, pero nosotros nos bajamos en El Subín y de ahí cogimos otro hasta Sayaxché, porque nuestra idea era llegar a Lanquin para ver Semuc Champey, unas pozas de aguas turquesas y roca caliza alucinantes. Pero la vida en Guatemala termina pronto, porque anochece también muy pronto, y ya no hay manera de seguir camino adelante. Así es que no no nos queda más remedio que hacer noche en Sayaxché y renunciar a Semuc Champey. Por cierto, para acceder a Sayaxché tuvimos que cruzar también en barca el río de la Pasión que sí, que suena muy bonito, pero que cuando veáis la foto con el cerdo comprobaréis que de pasional no tenía mucho.
Y resumo el 27: 12 horas de autobús, de seis de la mañana a seis de la tarde, para llegar desde Sayaxché a Antigua. Ahí es nada. Toda una aventura en la que, además, tuvimos la ocasión de pisar Ciudad de Guatemala, por la que un lugareño que venía con nosotros en el bus nos acompañó, nos montó en el transmetro, nos pagó los quetzales que costaba porque era con monedas y no teníamos... En fin, un tío majísimo. Bueno, la verdad es que nos atravesamos más de media Guatemala con el objetivo de encontrarnos con Juana y Amalia en Antigua, toda una proeza en un país sin infraestructuras en el que es muy complicado moverse, a no ser que te adaptes al ritmo lento de aquí y le eches paciencia. Eso sí, por la tarde noche, el regalo de volver a pisar la bellísima ciudad de Antigua, que perdura en nuestro recuerdo desde hace 17 años como una de las ciudades coloniales más hermosas que hemos visto y que se merece una entrada para ella sola.
Para lo bueno y para lo malo, ¡bienvenidos a Guatemala!