martes, 30 de agosto de 2016

México DF

La capital mexicana es una impresionante urbe de 32 millones de habitantes que a ratos atrae y a ratos asusta. Yo tenía muchas ganas de conocerla, me parecía que es uno de esos sitios, como tantos otros, a los que hay que ir alguna vez y sigo pensando lo mismo después de conocerla. Eso sí, nada más llegar se te activa el modo alerta y es difícil apagarlo. La primera recomendación en cualquier medio de transporte al que llegues es no coger nunca un taxi en la calle, hay que contratar un taxi "seguro" en la estación donde estés o en el aeropuerto. Nosotros tuvimos la suerte de conocer a un taxista serio y muy majo, que nos llevó al día siguiente a Teotihuacan y el día de partida al aeropuerto. Mucha suerte en ese sentido. También es importante la zona de la ciudad donde te alojes. Julio se curró esto un montón desde España y hemos estado en un apartamento genial, en un edificio buenísimo, con una seguridad tremenda y ubicado en la Alameda Central, una zona preciosa, con mucha gente a todas horas y a unos pasos del maravilloso Zócalo. Cerca están la calle Madero, peatonal, y los edificios más emblemáticos de la ciudad: el Palacio de Bellas Artes, el edificio de Correos, la Casa de los Azulejos y al final la majestuosa catedral, que tantas ganas tenía de ver. Lo único que me ha decepcionado un poco es el Templo Mayor, la pirámide azteca que se encuentra en el mismo Zócalo, pegada a la catedral. Hay levantado muy poco del edificio y hay que echarle mucha imaginación para pensar en lo que era esta plaza cuando llegaron los españoles, pero bueno, por imaginación que no quede. 
A cambio, la visita al yacimiento de Teotihuacan, a una hora de la ciudad, supera con creces las expectativas que lleves, pues las enormes pirámides aztecas del Sol y de la Luna son de verdad apabullantes, inmensas en su base, y la visión de la Calzada ceremonial de los Muertos es sobrecogedora. Dicen que en este sitio hay acumulada una energía especial, fruto de tanta cultura y tanto legado como acumulan sus piedras. Así es que nosotros, para por si acaso, intentamos atrapar allí toda la energía positiva que pudimos, para tener reservas para todo el año. 
La otra maravilla, en mi opinión, que ofrece México DF es la posibilidad de tener más cerca a algunos de sus grandes artistas plásticos. Los murales de Diego Rivera, Siqueiros y Orozco adornan
los edificios públicos y nos hablan de una época en la que alguien creyó que el arte debía ser para todos, estar al alcance de la mayoría. Así es que, como mínimo, la visita al Palacio de Bellas Artes y al Palacio Nacional es imprescindible para deleitarse con la obra de estos gigantes que mostraron en sus murales el pasado, el presente y un futuro soñado para su país. 
De todas maneras, yo me quedo con Frida. Creo que Lola Jiménez estará totalmente de acuerdo conmigo. La visita a la Casa Azul, donde nació y murió, era para mí un deseo muy especial en esta visita a México. Mi admiración por ella y por su obra es mucho anterior a que surgiera la Fridamanía que vivimos ahora. Así es que tuve que compartir este momento con la enorme cantidad de turistas que visitaban ese día su casa y abstraerme de la aglomeración para conocer mejor a esta mujer que plasmó de una manera tan dura el dolor en sus cuadros, pero que también amó muchísimo y vivió su realidad intensamente. Tuvimos, además, la suerte de poder ver una exposición temporal sobre sus vestidos y adornos, y entender mejor la importancia que para ella tenían como un ejercicio de afirmación personal y de búsqueda de su identidad. Fue una auténtica gozada también estar en su estudio. Pensad que Frida solo llegó a ver en vida una exposición de su obra. Mientras que Rivera....
En fin, no toco más el tema porque entre los compañeros y amigos esto ya está más que hablado y reflexionado.
Bueno, y se acabó México. No nos ha dado tiempo para más. A mí me quedan muchas ganas de volver a DF, porque hay tanto para ver y disfrutar... Lo único que me da pereza es la entrada y salida por sus desagradables aeropuertos, que nos despidieron igual de mal que nos recibieron, pues llegamos a Colombia sin maletas, pero eso ya lo cuento en la siguiente entrada.
Y otra pena: Juana y Amalia vuelven a España, después de haber estado con nosotros todo el mes de agosto. Lo hemos pasado fenomenal con ellas. Los viajes compartidos son más ricos, pero es lo que hay, así es que a cambiar otra vez el chip y a seguir compartiendo con ellas y con todos vosotros, aunque sea desde la distancia, este periplo.








lunes, 29 de agosto de 2016

Oaxaca y Puebla

Antes de llegar a la gran urbe que es México DF, pasamos seis días en las bonitas ciudades de Oaxaca  y Puebla donde, después de muchos días de ruralismo, disfrutamos muchísimo con su arquitectura colonial, sus zócalos o plazas mayores, sus catedrales y su estupenda gastronomía. Oaxaca es, junto con Chiapas, uno de los estados más pobres de México y con unas tasas altísimas de analfabetismo. Aquí vivimos de cerca el tremendo conflicto social que tiene planteado ahora México con la educación. De algo nos enteramos ya en Chiapas, pero en Oaxaca el problema se está viviendo de una forma aún más dramática. Bastarán algunos ejemplos: literalmente, el zócalo no se podía ver por la cantidad de tiendas de campañas que lo llenaban todo. Eran maestros acampados, que llevan más de tres meses en huelga en protesta por la ley de reforma educativa que ha puesto en marcha el gobierno.  Otro ejemplo: el acceso a Oaxaca ha estado cerrado durante días. Imposible comprar un billete de autobús. Los maestros tienen bloqueadas las carreteras, hay quema de autobuses cruzados en medio de la calzada... Los enfrentamientos con los militares fueron especialmente duros en un pueblo a 80 kilómetros de la ciudad, donde murieron ocho manifestantes. Pero en total, cuando estábamos allí, iban ya 43 maestros desaparecidos. Terrible. No sé cómo pueden ser tan valientes. Aparte de las precarias condiciones de trabajo y de sueldo, parece ser que la gota que ha colmado el vaso es un decreto por el que los maestros deben someterse a una evaluación externa que permite al gobierno expulsarlos de la función pública en cualquier momento si, según sus criterios, no han cumplido bien su trabajo. Ahí lo dejo para que os pongáis en su piel. 
Por otra parte, todo el estado de Oaxaca es precioso y se pueden hacer muchas excursiones: el primer día visitamos el yacimiento arqueológico de Monte Alban, donde vivieron los zapotecas, con emplazamiento espectacular, desde el que se contempla toda la capital. Los dos días siguientes visitamos dos de los llamados valles centrales: el valle de Tlatoluca, donde nos impresionó su bonito mercado, también con mucha población indígena; Teotitlan del Valle, que tiene una preciosa iglesia construida sobre las ruinas de una pirámide zapoteca y cuyas mujeres fabrican unas alfombras de lana con tintes naturales de colores que le encantarían a María Jesús. Y luego Tule, donde nos encontramos por enésima vez con una encantadora iglesia, bonita a rabiar, y con el árbol más ancho del mundo. Y para remate, al día siguiente, San Martín Tilcajete, el pueblo de artesanos, o mejor artistas, donde se fabrican los famosos alebrijes, animales fantásticos de madera, exquisitamente pintados a mano, que son verdaderas obras de arte. Alguno veréis en nuestra casa cuando volvamos. 
El mercado de San Agustín de Oaxaca es toda una experiencia: se toma carne a la brasa, que ellos  llaman tasajo, en un maremagnum de puestos, todos apetecibles. Y de aperitivo, los chapulines, que ellos devoran como pipas y que no están mal. Hay que comer de todo ¿no?
Para que no le falte de nada, Oaxaca no se queda atrás en arquitectura barroca, pues es imposible cerrar la boca al contemplar la profusión de oro que adorna la iglesia de Santo Domingo. Estoy pensando en algo comparable en España para que os hagáis una idea, pero no de me ocurre nada. 
Y Puebla es también encantadora. Esta ya sí se parece a las ciudades castellanas españolas, con la piedra gris de Ávila, las típicas iglesias barrocas -tiene setenta- construidas por los dominicos y los jesuitas. Y su típica cerámica que aquí se llama Talavera -os suena ¿verdad?- y que adorna con azulejos las fachadas de las casas y las cúpulas y torres de sus iglesias. Tiene, además, al igual que Oaxaca, una gastronomía estupenda. Hemos probado platos riquísimos y muy sugerentes al paladar aunque, eso sí, siempre con algo de picante: el mole poblano, hecho con chocolate negro; el Chile en nogada, relleno de frutas; camarones preparados de no sé cuántas maneras... Y el mezcal, parecido a nuestro orujo, pero que se toma con sal de gusano del ágave y que ellos consideran un manjar. Lo he probado todo, pero lo de la sal de gusanos, una y no más. 
Bueno, ya veis que es imposible aburrirse en estas dos ciudades. Una antesala perfecta antes de la estresante DF. 












martes, 23 de agosto de 2016

Chiapas, el corazón indígena de México.

 Chiapas, 1999-2016
                                                           
San Cristóbal de las Casas es una maravillosa puerta de entrada a México viniendo desde Guatemala. Parece que no hayas cambiado de país y que la frontera hubiera sido trazada de manera artificial o caprichosa en algún momento de la Historia, porque la población indígena y el modo de vida siguen siendo muy parecidos. San Cristóbal es un na interesante ciudad virreinal, con sus palacios renacentistas y barrocos, sus casas de fachadas de colores y tejas de barro, su zócalo rodeado de soportales y su catedral pintada de amarillo, que siempre se nos viene a la cabeza cuando paseamos por Sevilla y contemplamos sus iglesias. Con el tiempo, ha ido adquiriendo cierto aire cosmopolita, pues tiene cafés, calles peatonales por las que pasear y tiendas de artesanía. Pero su carácter especial se lo confiere la cantidad de población indígena-tzotziles, tzetzales, man, etc.- que baja diariamente al mercado que se monta junto a la preciosa iglesia de Santo Domingo. Seguimos, por tanto, con la misma explosión de color y multiculturalidad que hemos visto en Guatemala, aunque, eso sí, percibimos que en Chiapas los indígenas son, si cabe, aún más pobres y viven más apartados del mundo mestizo o ladino, más aislados.
Desde San Cristóbal hemos dedicado un día a visitar el cañón del Sumidero, un paseo en lancha por un paraje natural al que se accede desde Chiapa de Corzo y que permite contemplar unas paredes de piedra caliza de casi mil metros de altura que encajonan a un río caudaloso. El paisaje sería impresionante si no lo afeara la cantidad de basura que en algunos tramos acarrea el río. Bueno, es lo que hay.
Pero lo más alucinante, sin exagerar, que se puede hacer desde San Cristóbal es visitar San Juan Chamula, el núcleo de un conjunto de noventa mil indígenas chamulas que conforman una de las comunidades más cerradas y especiales que conocemos. Oí hablar por primera vez de los Chamulas gracias a mi profesor de Literatura Hispanoamericana, ya no recuerdo si fue en la carrera o en el doctorado, que me acercó a lo que podemos llamar literatura testimonial a través del relato de un Chamula publicado por el Fondo de Cultura Económica de México. Cuando vinimos en el 99 me pareció increíble que todo lo que había estudiado fuera real, exactamente igual a lo que había leído. No se trataba de una novela, la vida de esta gente era así, tal y como la contaba Juan Pérez Jolote en su relato. Y así sigue siendo. Hace diecisiete años que estuvimos y era igual. El pueblo ha cambiado solo en su fisonomía urbanística, todo lo demás es idéntico. ¿Os imagináis un pueblo a la distancia de Caceres como Malpartida o el Casar que tenga su propio sistema judicial, religioso, social y administrativo al margen de las leyes del Estado? Solo puede haber candidatos de un único partido y solo se permite pertenecer a la Iglesia Católica. En su bonita iglesia la imagen central del altar la ocupa San Juan Bautista, al que veneran como un dios, y Jesucristo está en un lateral, como alguien secundario. El único Sacramento que practican y respetan es el bautismo, son polígamos... Cuando entran en su iglesia, sin bancos, platican con algunos de los 44 santos que hay en la iglesia, arrodillados sobre el suelo cubierto de panocha de pino, que renuevan tres veces por semana para que no salga ardiendo con los centenares de velas encendidas. No faltan los médicos o chamanes que acompañan al enfermo, al lado de gallinas vivas a las que matan allí mismo para transmitirle la enfermedad del suplicante y que son luego enterradas para que el mal no regrese. El ambiente ahora estaba tenso, pues hace menos de un mes que los mismos chamulas mataron al alcalde y al teniente de alcalde porque los creían corruptos, y el crimen ni se va a investigar. Es tal y como lo contamos. Imposible hacer fotos, así es que echad mano de vuestra imaginación. Hace diecisiete años que estuvimos y era igual. 
Hemos vuelto a hacer esta visita acompañados del mismo guía, Raúl, que conoce a la perfección esta sociedad y la defiende como algo que hay que preservar y a la que hay que dejar en paz, coincidiendo con la opinión vertida por juan Pablo II en su última visita a México. Raúl no tiene agencia. Espera a los turistas en la puerta de la catedral y allí mismo se organiza el viaje. Nos parecía increíble que siguiera haciendo lo mismo y de la misma manera, pero sí, a las nueve menos cuarto de la mañana, con diecisiete años más, como nosotros, allí estaba. En la vida de todos nosotros, marcada irremediablemente por la temporalidad y la caducidad de casi todo, resulta conmovedor que algunas cosas perduren. 
Chiapas es el estado más pobre y olvidado de México, el que tiene, junto con Oaxaca, la mayor tasa de analfabetismo. Hay que visitarlo y contribuir en la medida de lo posible a su desarrollo. Aunque esté fuera de los circuitos turísticos, no lo  olvidemos nosotros. 





















viernes, 19 de agosto de 2016

El lago Atitlán

Panajachel, a más de 1500 metros de altitud, es el pueblo más grande de los que bordean el Lago Atitlán. Es uno de los principales destinos turísticos de Guatemala, ya que es un buen punto de partida para recorrer toda la zona y para disfrutar de las puestas de sol detrás de los tres volcanes que circundan el lago. Es fácil imaginarse el espectáculo. De hecho, algunos experimentados viajeros del siglo XIX habían descrito el Atitlán como el paisaje más espectacular que habían visto, lo cual explica la decisión de muchos extranjeros de quedarse a vivir aquí. No en vano a Panajachel se la conoce despectivamente como Gringotenango. Pero a nosotros, que veníamos de pasar unos cuantos de días perdidos por las regiones más montañosas y apartadas de Guatemala, nos pareció que no nos iba a importar nada tener un poco de ambientillo y ver de vez en cuando a algún extranjero o tomarnos una cerveza en algún sitio escuchando música, así es que nos instalamos tres días en Panajachel, con la suerte de que estuvimos algojados en un hotel que nos brindó la oportunidad de disfrutar de una comida excelente y conocer a una gente estupenda. No me digáis que el plan no ha sido bueno: por la mañana, antes de desayunar, paseo por las orillas del lago, con poquísima gente, los volcanes al fondo, los pescadores en sus barquitas de madera; después del desayuno, tomar una lancha para visitar algunos de los pueblitos más bonitos del lago, con mucha población indígena; de vuelta, al mediodía, disfrutar de una comida riquísima en un jardín apacible (las fotos de los ceviches están especialmente dedicadas a Ana Pérez, que se quedó pillada con el primer ceviche que tomamos y tengo que decirle que los siguientes no han hecho sino superarlo); y por la tarde, leer, escribir, comprar artesanía... Luego ya, por la noche, cervecitas escuchando buena música. Yo creo que no se puede pedir mucho más, ¿no?
El viernes es el mercado en Sololá, a pocos kilómetros de Panajachel. Es un auténtico mercado indígena en el que solo se venden productos para lugareños, nada para turistas. Los trajes de las mujeres no tienen los colores llamativos que hemos visto en otros sitios, pero el conjunto es igual de variopinto y rico. Lo que allí se ve es lo que hay en la vida diaria de esta gente: variedad extraordinaria de frutas y verduras, venta de aves y otros animales vivos, vendedores ambulantes de remedios naturales que sirven para casi todo -¡y la gente los compra!- y predicadores agoreros que anuncian el juicio final micrófono en mano... No hay manera de que una se aburra.
También es muy interesante coger una lancha para ir hasta Santiago Atitlán, uno de los pueblecitos más bonitos del lago. Además de su mercado y de los vistosos tocados de sus mujeres, se puede experimentar allí de nuevo el sincretismo con el que los pueblos indígenas han resuelto los dilemas existenciales que a todos nos traen de cabeza: la iglesia colonial se yergue sobre una gran escalinata y dentro los santos están vestidos con los trajes típicos de la zona, los indígenas no rezan, sino que platican con sus santos patrones ofreciéndoles flores y velas encendidas... Y como guinda, está el dios pagano Maximón, llamado San Simón en otros sitios, que encontramos preguntando a la gente, pues
lo van cambiando de casa en casa y la gente se acerca hasta él con verdadero fervor, ofreciéndole billetes, tabaco, aguardiente... En fin, me quedo sin palabras.
Al día siguiente, hacemos noche en Quetzaltenango, la segunda ciudad más grande del país, para hacer luego ya el tramo final hasta la frontera de La Mesilla y pasar a México. En este segundo viaje nos hemos encontrado con una Guatemala idéntica en algunos aspectos: posiblemente sea, junto con Bolivia, el país del continente americano que más población indígena tiene y el que posee mayor número de grupos étnicos que siguen aferrados a sus costumbres y tradiciones. Pero algo ha cambiado: hay una mayor tensión social provocada por el injustísimo reparto de la riqueza. Esto provoca un aumento de la sensación de inseguridad que se manifiesta, entre otras cosas, en que los no muy abundantes turistas se mueven siempre con agencias y no utilizan nunca el transporte público. Cuando vinimos la primera vez esto no existía. Algunos guatemaltecos con los que hemos tenido la oportunidad de hablar no se podían creer que hubiéramos utilizado el transmetro en Ciudad de Guatemala o que hubiéramos hecho tantos trayectos en autobuses públicos, con tres personas en cada asiento...
Se acabó Guatemala, por ahora, ya que algunos de vosotros habéis escrito en este blog que os gustaría conocer Antigua o Tikal, así es que ¿quién sabe? Lo mismo un año de estos nos montamos un viaje de fin de curso a Guate solo para compañeros. Pues no estaría mal.