domingo, 30 de octubre de 2016

Tres días en la Reserva Nacional Pacaya Samiria.

Después de preparar una pequeña mochila con las cuatro cosas que nos parecían imprescindibles para los tres días que íbamos a pasar en la selva, nos dirigimos al embarcadero que está detrás de la casa de Job para iniciar nuestra pequeña aventura y desde ese momento intuimos que todo iba a ir bien, pues lo que veíamos se ajustaba al tipo de experiencia que queríamos vivir. 
César, que va a ser nuestro guía, nos esperaba ya en su barca. Es una barca sencilla, de madera, con una parte grande cubierta por una lona recia y la zona de delante descubierta. Él va detrás, en la parte del motor; en el medio va Yenny, la mujer de César, que va a ingresar también por primera vez en la Reserva y que lleva junto a ella el fogón de gas, los utensilios de cocina, las provisiones, la mosquitera, el colchón donde dormiremos nosotros... En la parte delantera vamos nosotros, con todo el espectáculo del río en primer plano. 
El recorrido que hacemos es por los canales y los lagos que circulan por la Reserva. No podemos recorrerla entera, tiene más de 2 millones de hectáreas, su extensión es mayor que la provincia de Cáceres. Como Bretaña está ya casi dentro, en el límite, muy pronto llegamos al puesto de control, donde debemos registrarnos y pagar la entrada. La barca va despacito y durante el camino vamos haciendo paradas cada vez que vemos algún animal especialmente interesante. Enseguida empezamos a ver muchas aves. Sin exagerar, habremos visto infinidad de garzas grises y blancas, miles de cormoranes, cientos de ejemplares de martín pescador, que nos encanta y que en España es tan difícil de ver.  También, muchas rapaces y otras muchas aves desconocidas para nosotros. Especialmente bonita es la puma Garza, que tiene un plumaje con los colores propios de este felino y también el tibe, muy parecido a nuestros ostreros. Yo disfruto un montón cuando vemos el coro-coro, ave de la que me hablaron los hermanos Galán nada más decirles cómo me llamaba -os podéis imaginar cómo me ha llamado César durante todo el viaje: señorita...- y Julio ha alucinado viendo y reviendo los hoatzines, uno de esos pájaros que suelen salir en los documentales de la 2, en este caso porque son pájaros antediluvianos, muy primitivos, con rasgos arcaicos que él explica en clase a sus alumnos de bachillerato de CMC. Es emocionante también ver el delfín rosa, típico del Amazonas, las capibaras y los amenazantes caimanes. Pero el plato fuerte ha sido poder ver el jaguar, algo dificilísimo de ver. Julio lo divisó muy cerca de la orilla, caminando tranquilamente. Nos quedamos petrificados cuando se paró y nos miró y luego siguió su camino. No sé cómo no se hundió la barca con el follón que montamos los cuatro por la emoción de poder contemplar a este animal. Jamás habíamos pensado que pudiéramos llegar a verlo. Y no es para menos ver también en grandes cantidades el paiche, el pez emblema del Amazonas. Es carnívoro y puede llegar a medir tres metros de largo. Con la barca con el motor apagado es impresionante verlo salir del agua, saltar y dar unos coletazos que dios tiembla. César fue en su día paichero, o sea, pescador de paiches, así es que los conoce bien. Hoy se encuentra protegido y solo se puede pescar cuando no es época de veda. Otro animal amazónico maravilloso. 
Además de pescar pirañas, que nos han solucionado la cena, hemos hecho dos paseos por la selva, uno por un sendero más o menos marcado, con árboles gigantes impresionantes y otro por una zona más intrincada y menos transitada. César se conoce todas las especies, los árboles medicinales, los venenosos, las lianas que dan agua cuando se cortan. Se mueve por la selva y por el río como pez en el agua. Pero cuando más nos impresionó fue cuando nos internó, ya de noche, en una zona fangosa repleta de caimanes. Era alucinante verlo en la proa de la barca, manejándola con un remo en una sola mano y en la otra la linterna, que encendía de vez en cuando para localizar a los lagartos, como los llaman ellos. 
Otra experiencia muy interesante ha sido la de visitar los puestos de los guardas forestales de la reserva. Viven en plataformas techadas de madera y realizan labores de control y vigilancia de furtivos. Se pasan en estos sitios tan aislados el año entero, descansando solo unos diez días para visitar a la familia, no tienen sueldo y el beneficio que obtienen es a través del permiso que les da el Gobierno para comercializar parte de las especies que crían para repoblar. Nos ha parecido una vida muy dura, que hemos podido compartir muy de cerca, pues las dos noches nos han acogido en sus casas para que pudiéramos dormir Julio y yo resguardados de la lluvia y de los mosquitos. Es muy difícil transmitir la impresión que nos ha causado conocer la vida que llevan estos hombres, tímidos y distantes, pero también acogedores y agradecidos por poder charlar con alguien y compartir con nosotros un té, unas frutas o el desayuno. 
Con el atardecer llega el momento mágico del día, pues los atardeceres en el Amazonas son realmente hermosos, inquietantes y con su punto de misterio. Es el momento de la charla con César, que nos cuenta su vida, su infancia, todo lo que sabe y lo que ha vivido. 
El regreso a Bretaña fue un relajado y largo paseo contemplando de nuevo el paisaje. Pero como una aventura tiene que tener algo de tensión, para que no nos faltara de nada en la parte final nos pilló una tremenda tormenta amazónica, algo parecido al diluvio universal, que nos dejó bien claro cómo puede ser la fuerza de la naturaleza. Imposible no acordarse de La Vorágine, de José Eustasio Rivera y de El corazón de las tinieblas, de Conrad. 
No hemos terminado aún el Amazonas, pero esta etapa ha sido quizás, junto con la de Galápagos, una de las emocionantes, sobre todo por la sensación que ambas nos han dejado de vivir una experiencia auténtica, escasamente o nada mediatizada por el mercadeo turístico. Julio tiene ya otra cosa que tachar en la lista de sus sueños. Veremos qué nos sigue deparando el viaje por este inmenso río. 
Y una nota final: si alguien quiere contactar con los hermanos Galán y no llegar como lo hemos hecho nosotros, en plan aventura, su página web es viajeselvaperu.com. Los recomendamos sin ninguna duda. El disfrute está asegurado. 






















Recorriendo el Amazonas: de Pucallpa a Bretaña.

En la anterior entrada contábamos que estábamos en Pucallpa a la espera de iniciar en breve nuestra travesía por el Amazonas. Bueno, pues la espera no fue tan breve. El mismo día que llegamos a Pucallpa salía un Henry, pero no quisimos montarnos porque veníamos muy cansados del viaje hasta Pucallpa, no teníamos preparado nada de lo que necesitábamos para el viaje -agua, papel higiénico, algo de comida...- y sobre todo porque confiamos en la información que nos dio el contramaestre, quien nos aseguraba que el Henry V saldría en dos días. Error craso. En vez del miércoles salió el sábado 22 de octubre a las 10 de la mañana, después de estar yendo desde el lunes todos los días al muelle y oyendo cada día que el barco saldría al día siguiente. Pasamos montados en él todo el día y la noche del viernes, porque era segurísimo que iba a salir el viernes por la mañana. En fin, aquí las cosas funcionan así. Es un poco indignante porque las condiciones del barco no son precisamente muy confortables. Y no pienso en nosotros cuando digo esto, que al fin y al cabo lo hacemos porque queremos y estamos de vacaciones, sino en la cantidad de peruanos que no tienen otra alternativa para trasladarse. Nos quejamos mucho, y con razón, de cómo nos tratan a veces en nuestros aeropuertos, pero lo de aquí supera infinitamente cualquier incomodidad que podamos tener los viajeros en Europa. 
El Henry V es un barco de carga, unas 600 toneladas y de pasajeros. Tiene tres plantas: la de abajo es solo para carga, la del medio transporta carga y pasajeros y la tercera, donde vamos nosotros, es solo de pasajeros. Transporta coches, camiones, electrodomésticos, frutas, verduras, animales, bebidas, conservas... Todo para abastecer a Iquitos y a los pueblos ribereños. Tiene algunos camarotes minúsculos con dos literas, pero la inmensa mayoría de la gente duerme en hamacas. Nosotros también. Al principio, íbamos medianamente holgados, pero a la hora de partir parecía que ya no cabía nadie más. Pero sí, sí que cabía más gente, pues en las distintas paradas la gente va subiendo y cuelga su hamaca donde halla el más mínimo resquicio, de manera que al final no disponemos de más de medio metro cada uno. Podéis comprobarlo en las fotos. En la primera planta hay cien hamacas, más o menos, y en la segunda unas cincuenta o sesenta. A eso hay que sumarle los niños, hay tantos como adultos, que comparten la hamaca con sus padres, y también la gente que duerme en el suelo o en los bancos corridos. Todos llevamos nuestro equipaje en el suelo, en el escaso espacio que hay a nuestro alrededor, con lo cual moverse por el barco es un auténtico ejercicio de contorsionismo. Pero no todo son apretujamientos, porque si la proa va repleta de carga la popa tiene un "amplísimo" espacio libre para contemplar el río, eso sí, siempre de pie, pues no hay ninguna silla ni ningún banco donde descansar. Para esta pequeña comunidad, el barco dispone de seis baños-duchas y tres lavabos en cada planta. El agua que se utiliza para estos menesteres es la del río, marrón oscuro casi negro. Así es que hay que traer bastante agua embotellada para beber y para el aseo personal. El pasaje incluye la comida y para disfrutar de los manjares tienes que traer tu propio táper y tu cuchara. Cuando suena la campanilla, hay que hacer la cola, los cocineros comprueban tu pasaje y te dan el rancho que te toca: de desayuno, caldo de avena y pan; de almuerzo, arroz con pollo y plátano verde y de cena, plátano verde con pollo y arroz. ¡Chico el estreñimiento!
Hasta aquí la descripción del barco. 
A pesar de las dificultades del viaje, es emocionante estar en el Amazonas, contemplar a ratos su inmensidad, a ratos la vegetación y las cabañas de las orillas, los barcos que transportan enormes cantidades de troncos -horrible pensar en la explotación de la selva, a la que todos contribuimos en una medida u otra-. Y, sobre todo, los espectaculares amaneceres y atardeceres, los delfines rosas y las bandadas de desconocidos pájaros. 
Queríamos viajar como lo hace la gente de aquí. Y no vamos a idealizar la experiencia. El trato con nuestros compañeros de viaje no siempre es fácil y, en parte, es lógico que sea así. Encontramos a los peruanos que viajan en el barco, en su mayoría, adustos y distantes en el trato, nada cordiales. No sabemos interpretar muy bien el motivo: ¿timidez? ¿recelo ante el extranjero? ¿defensa a ultranza del escaso terreno de que uno dispone? Las condiciones en el barco son duras y cada uno intenta encontrar su espacio y hacer un viaje lo más placentero posible: a veces se habla en un volumen demasiado alto, se escuchan varias músicas, se canta, los niños gritan, lloran... Nadie parece pensar en que con su actitud pueda estar molestando al resto. Pero tampoco protesta nadie, hay una especie de aceptación o resignación de que esto es así y la paciencia y la calma son vitales para que todo vaya bien. No obstante, como es lógico, hay de todo y también encontramos gente muy amable, que se interesa por nosotros, con la que vamos entablando conversación a medida que van pasando las horas, que quieren que les hagas fotos, así como niños  tranquilos y sonrientes que quieren ver la pantalla de nuestros iPads y que nos despiden con un abrazo espontáneo y cariñoso cuando nos bajamos en Bretaña. La gente se cuenta el motivo de su viaje. Algunos también lo comparten con nosotros: hay razones de todos los tipos, como es normal, pero sobrecogen las historias de rupturas afectivas, mujeres y hombres que vuelven a su lugar de origen con sus hijos pequeños y que tienen detrás historias de sufrimiento, abandono y malos tratos. ¿Cómo nos vamos a quejar, entonces, por muchas incomodidades que estemos pasando si a nosotros nos va todo genial?  
Algo importante que teníamos que gestionar antes de llegar a Bretaña era cómo contactar con los guías que nos había recomendado Germán y en este sentido tuvimos una suerte tremenda. En uno de los muchos ratos que pasábamos mirando el río y el paisaje desde el barco, entablamos conversación con Víctor, un señor que resultó ser de Bretaña y que fue amabilísimo y tremendamente eficaz a la hora de solucionarnos la papeleta. Nos dijo que se trataba de los hermanos Galán, que eran sus vecinos y que en ese mismo momento iba a llamarlos para que fueran a esperarnos al muelle. Dicho y hecho. En cuestión de minutos toda la inseguridad que llevábamos al respecto se esfumó. Así es que le debemos y le agradecemos a Víctor Ramos el interés que puso en ayudarnos.
Llegamos a Bretaña, en el canal Puinahua, un ramal del Ucayali, sobre las seis de la tarde del lunes 24 de octubre. Habían sido 56 horas de barco, más el día y la noche enteros que estuvimos montados esperando a que saliera. En el muelle de Bretaña, un pueblo de 3000 habitantes, la gente esperaba para montar en el Henry o para subir a vender o para recoger sus mercancías. Allí estaban César y Agustín Galán esperándonos. Nos montamos en un moto carro, pues el pueblo es muy largo y su casa está a las afueras. Enseguida se reunieron con nosotros los tres hermanos -César, Agustín y Job- en casa de este último y conocimos a parte de su familia. Nos acogieron, les contamos cómo y por qué habíamos venido en su busca, qué era lo que pretendíamos hacer... Ellos nos contaron también su manera de trabajar, el tipo de tour que ofrecían y, con un té por medio, cerramos el trato con César, el hermano mayor, que era quien dirigía las negociaciones. Acordamos pasar en la Reserva Nacional Pacaya- Samiria tres días y dos noches, de manera que pudiéramos estar de vuelta en Bretaña el tercer día por la tarde para intentar pillar un transporte hacia Iquitos. No tenemos más que buenas palabras para hablar de esta familia: todos son sencillos, cordiales en el trato, sanos y conocen la zona a la perfección, como es lógico, pues han nacido, se han criado y han vivido siempre a orillas del Amazonas. La casa de Job es como todas las de la zona: una casa sencilla, de madera, elevada sobre pilares por encima del suelo para protegerla de la crecida del río. Como allí no cabemos y no vamos a empezar la excursión hasta mañana por la mañana, pues ya es de noche, nos acomodan en la casa de un vecino, el señor René. En su humilde pero limpia casa, dormimos en una cama que nos montan con un colchón sobre unas tablas de madera y con una mosquitera. Después de los días en el barco, la cama nos parece de reyes y la casa del señor René, un remanso de paz y sosiego. 
Estamos muy cansados pero también muy emocionados. Por fin estamos en Bretaña y vamos a conocer la selva de la manera que queríamos, sin agencias de por medio, sin circuitos organizados, sin artificios, nada de pastiche. La emoción nos impide irnos a dormir, así es que le decimos al señor René que vamos a intentar tomarnos una cerveza en algún sitio y no nos pone ninguna pega, salvo que tenemos que estar de vuelta antes de las diez, pues a esa hora se va la luz -solo hay luz eléctrica de seis de la tarde a diez de la noche y no hay internet salvo en el colegio con un uso muy restringido-. Sentados en unos taburetes en la calle, con el río a dos pasos, nos tomamos nuestra cerveza disfrutando de estar en este lugar, los dos únicos guiris de Bretaña. Supongo que serán los nervios y la emoción, pero a cada rato nos da la risa tonta. Víctor Ramos, nuestro ángel de la guarda, pasea por la calle y nos saluda. Le digo a Julio que los argentinos de Ushuaia presumen de vivir en el fin del mundo, pero se equivocan: el fin del mundo es este. Quien no se lo crea puede venir a comprobarlo. Y antes de que corten la luz, nos vamos a dormir. 

















jueves, 20 de octubre de 2016

Un largo camino hacia Pucallpa

"Cualquier cosa que puedes hacer o que sueñes que puedes hacer, hazla. El coraje tiene genio, poder y magia". W.H. Murray, "La expedición escocesa al Himalaya", 1951.

Dejamos la cordillera de los Andes y emprendimos camino buscando la cuenca del Amazonas. En el trayecto hay dos ciudades interesantes, Moyobamba y Tarapoto, las dos bastante calurosas y con abundantes mosquitos, la segunda mucho más que la primera. El paisaje, a medida que ascendemos hasta Moyobamba, se va haciendo cada vez más selvático, de hecho atravesamos el Parque Nacional Alto Mayo, un denso bosque nuboso con vegetación tropical, muy parecido a los bosques nubosos de Mindo, en Ecuador. Tarapoto nos parecía demasiado grande, calurosa y ajetreada, así es que decidimos quedarnos a descansar en Moyobamba, la ciudad de las orquídeas. Tiene dos orquidearios, uno del tipo de un vivero y otro que es en realidad una reserva natural con un jardín de orquídeas y otro de colibríes. Visitamos los dos, porque aparte de eso y de unos baños termales, lo que se puede hacer en la tranquila Moyobamba es descansar lo cual, por cierto, buena falta que nos hacía. Tuvimos la suerte de hospedarnos en un hostal buenísimo, El Portón, muy tranquilo, con un  jardín precioso donde pasar la tarde leyendo y escribiendo. Sus dueños son muy amables y nos prestaron mucha ayuda dándonos toda la información que necesitábamos para nuestra siguiente etapa. La noche de nuestra despedida tuvimos la suerte de conocer en su casa al Director Regional de Cultura, con quien pude mantener una emocionante y sorprendente charla -por inesperada- sobre literatura española e hispanoamericana. Hablamos, sobre todo, de Arguedas y de César Vallejo. Luis Alberto Vásquez es, además de una persona muy culta, muy generoso, hasta el punto de que, una vez que se hubo ido, regresó para regalarme varios libros, algunos suyos, otros del gran poeta de Moyobamba Luis Hernán Ramírez, un librito de poesía titulado "Solo para mujeres" -ya os lo pasaré, chicas- y la que él me presentó como la gran novela de la Amazonía. Se titula "Paiche" (1963) -es el nombre de un enorme pez del Amazonas, muy apreciado aquí y que está en peligro de extinción actualmente, aunque lo vemos en las cartas de los restaurantes- del pintor y escritor César Calvo Araújo. Luis me decía que no existía otra novela que reflejara más fielmente la realidad amazónica, sus paisajes y sus gentes. Así es que estoy deseando montarme en el barco para ponerme con ella, aunque tengo que terminar todavía con Pantaleón y tenemos también "El río de la desolación" de Javier Reverte. Fue un rato maravilloso y entrañable. Él Incluso recordaba que en alguna novela hispanoamericana aparecía mi nombre completo. No me costó nada ayudarlo: era Florentino Ariza quien llamaba a Fermina Daza  "la Diosa Coronada" en "El amor en los tiempos del cólera". Nos echamos unas buenas risas con esto y con el nuevo Premio Nobel. 
Y después de tantas emociones, el domingo 16 emprendimos nuestro largo camino hasta Pucallpa. El primer día llegamos en combi y en taxi compartido hasta Tingo María, después de 13 horas de viaje por unas carreteras destrozadas, polvorientas y dejadas de la mano de dios, como todo el norte del país -disculpad que insistamos en esto, pero es que clama al cielo-. Luis alucinaba cuando le contamos que íbamos a hacer así el viaje. Yo le dije que, afortunadamente, teníamos más tiempo que dinero, así es que el avión no entraba en nuestros planes. Y también, que queríamos hacernos la ilusión de que éramos más viajeros que turistas. Sí, sí. Muy viajeros, pero llegamos a Tingo María que no sentíamos el culo. Bueno, sí que lo sentíamos, con un dolor insoportable que aún no se nos ha quitado. Ayer, a pesar del culo dolorido, fue más suave: solo hicimos cinco horas apretujados en un taxi compartido por una carretera que era una pura curva, con obras a cada tramo porque el firme había desaparecido bajo los derrumbes. No os asustéis, que el taxista era un máquina y llegamos a Pucallpa perfectamente. 
Hemos venido a Pucallpa para iniciar desde aquí nuestro viaje por el Amazonas. Parece ser que no es el modo más frecuente de hacerlo, pues la mayoría de la gente de la que hemos obtenido información lo hace desde Yurimaguas, mucho más al norte. Sin embargo, Julio contactó con un español que conoce bien la zona y lo que él había hecho le pareció mucho más atrayente. Germán le contó que la zona de Yurimaguas era un poco decepcionante porque estaba bastante deforestada y sobre explotada y que había que avanzar mucho río adentro para entrar en algún área de la Reserva Pacaya Samiria que fuera bonita. La guía Lonely Planet corrobora esa información. Por cierto, el acceso al Amazonas desde Yurimaguas es a través del río Huallaga y luego del río Marañón, el mismo en el que se adentró el loco, lunático y tremendamente cruel Lope de Aguirre. Hemos visto en el iPad la película de Herzog "Aguirre, la cólera de Dios" (1972) y se nos han puesto los pelos de punta ante tanta enajenación y tanta maldad. 
Lo que German le propuso a Julio fue coger el barco hasta Iquitos desde Pucallpa, a orillas del río Ucayali, de 3000 kilómetros de longitud, pues a él le parecía que en todo el trayecto por el Amazonas hasta su desembocadura en el Atlántico esa era la parte mejor conservada y más auténtica, la que va desde Pucallpa hasta Iquitos. Esta opción nos permitiría, además, entrar a la selva por el pueblito de Bretaña, que se encuentra ya dentro de la Reserva Natural Pacaya Samiria, el más grande de todos los bosques y reservas del país. Así es que Germán convenció a Julio y por eso estamos aquí, esperando para iniciar ya en breve lo que espero sea una emocionante y feliz aventura por el Amazonas. La espera se hace un poco larga porque Pucallpa no tiene mucho que ofrecer, hace muchísimo calor, tiene mucho tráfico y hay que resguardarse de los mosquitos. Pero no deja de ser una antesala de las grandes ciudades de la selva: por todas partes se venden frutas exóticas de la Amazonía, como el camu camu y el aguaje, que se pueden comer o tomar en refrescantes jugos. Tienen, además, muchísimas propiedades porque son antioxidantes. Ya veréis: ¡vamos a llegar a España sin ninguna arruga! En los restaurantes se ofrece lagarto a la parrilla, zarapatera de motelo, juanes de gallina, cecina con tacacho, patarashca de bagre, ceviche de doncella, de paiche o de toyo.... Y en los soportales de las calles o en pequeñas y pobres tiendas venden sus escasas artesanías las indias de la tribu amazónica shipibo, que trabajan fundamentalmente telas con bordados geométricos, además de collares, pulseras y pendientes de semillas. 
Por cierto, supongo que muchos lo sabréis, pero os recuerdo que el descubridor del Amazonas fue el trujillano, casi paisano nuestro, Francisco de Orellana. Gracias al dominico Gaspar de Carvajal, también de Trujillo y un defensor de los indios en la misma línea de Fray Bartolomé de las Casas, su cronista, conocemos todos los pormenores del penoso viaje que Orellana y sus hombres tuvieron que afrontar en su periplo por este río gigante que en algunos tramos se asemeja más bien al mar, porque no se ven sus orillas. Cuenta Gaspar de Carvajal que, muy avanzado ya el viaje, fueron atacados ferozmente por un ejército de mujeres guerreras -muy fuertes y extremadamente hábiles en el manejo de las flechas y lanzas envenenadas- o, por lo menos, encabezado y liderado por ellas. A los españoles estas mujeres les recordaron a nuestras Amazonas de la mitología clásica occidental y de ahí el nombre. A los estudiosos les ha dado mucho que pensar el hecho de que Gaspar de Carvajal contara que estas mujeres eran rubias y de piel blanca. Y a mí me ha alucinado todavía más el hecho de que el llerenense Pedro Cieza de León describiera de la misma forma en su crónica de Perú a los indios Chachapoyas -de hecho, los guías siempre te cuentan en las excursiones que hay todavía gente por esta zona con rasgos nórdicos-. ¿Ficción o realidad? ¿Ganas de impresionar a su majestad Carlos V? No sabía yo que el ideal literario y artístico de la mujer renacentista hubiera llegado hasta estas lejanísimas tierras. 
Y gracias a Javier Reverte y a su melancólico libro "El río de la desolación", hemos aprendido que el Amazonas nace en un manantial en el Nevado del Mismi, en los Andes, cerca de Chimay, Arequipa. Los geógrafos no se ponen de acuerdo sobre la longitud del Amazonas y si es o no más largo que el Nilo, ya que en su desembocadura, un delta que alcanza los 240 kilómetros de ancho, se desmembra en decenas de brazos, formando canales e islas, una de ellas -Marajó- del tamaño de Suiza. Independientemente de los datos objetivos, concluye Reverte que el Nilo, al lado del Amazonas, parece casi de juguete. 
En cualquier caso, impresiona pensar en la osadía y la locura, en ocasiones, de los hombres y mujeres que se aventuraron por estas tierras tan difíciles, infinitamente más en aquella época. También, en su terrible ansia de poder y de riquezas, en su crueldad sustentada en una fe ciega e ignorante. Consuela algo el hecho de que también llegaran aquí personas más humanistas y más humanas. Y que nos lo contaran todo, para repetir solamente lo bueno.