viernes, 11 de noviembre de 2016

Una ciudad en medio de la selva: Iquitos.

La diosa Providencia siguió acompañándonos en el comienzo de la siguiente etapa. A salvo de la tormenta, ya en casa de Job, descansábamos pero con la inquietud de no saber si esa misma tarde podríamos embarcar hacia Iquitos o tendríamos que esperar no se sabe cuánto, lo cual no nos apetecía nada, pues llevábamos ya varios días de retraso sobre el calendario previsto. En esto, una de la niñas de Job llegó a casa gritando: "¡llega la Henry, llega la Henry!"! Nos asomamos al río y, efectivamente, vimos que el barco se acercaba a Bretaña, pero nadie tenía claro que fuera a parar. Empezó entonces una revolución en la casa de gente trayendo nuestro equipaje, otro yendo a buscar un moto carro, despedidas apresuradas y emocionadas, agradecimientos, bendiciones.... César se montó con nosotros en el moto carro, que iba todo lo deprisa que podía, y en el camino hasta el muelle le iba preguntando a todo el que veía si el barco iba a atracar, pero nadie le daba seguridad. Por fin llegamos al muelle, allí estaba el barco y mucha gente esperando para montarse. ¡Habíamos llegado a tiempo! La expresión que más escuchábamos era la de que habíamos tenido "una suertasa" y era verdad, pero "suertasa" y una gran generosidad por su parte fue también que César estuviera con nosotros y nos ayudara a embarcar y subir el equipaje, pues con la tormenta el muelle se había convertido en un terraplén de barro arcilloso y deslizante que amenazaba con mandarnos a todos derechos al Amazonas. Ya dentro del barco, nos despedimos de César con mucha pena prometiendo escribirle y suponemos que la diosa Providencia se marchó con él, pues el Don Segundo nos pareció un barco desolador al lado del que habíamos traído hasta Bretaña: escasamente encontramos un apretadísimo espacio donde colgar juntas nuestras hamacas, la limpieza y el orden brillaban por su ausencia, de los tres baños que había tres estaban cerrados.... En fin, lo dejamos aquí, que no queremos hacer sangre. Además, la situación mejoró un poco a partir de Requena, donde se bajó mucha gente y pudimos ya respirar algo mejor. El viaje hasta Iquitos duró 27 horas y uno de los momentos más emotivos del trayecto, a 27 horas de navegación desde Bretaña, es el lugar de confluencia de los Ríos Ucayali, por el que navegábamos nosotros, y el Marañón, que recoge sus aguas desde más allá de Chachapoyas. A partir de ese punto y hasta la triple frontera es donde oficialmente el río se llama Amazonas, pues desde su nacimiento hasta su desembocadura el Amazonas recibe diferentes nombres, los nombres que siempre habían utilizado para nombrarlo las poblaciones indígenas, antes de que llegaran los españoles: Apurimac, Ene, Tame, Urubamba, Ucayali, Solimoes, Pará, Guamá... 
Llegamos a Iquitos a las nueve de la noche del día siguiente y como íbamos tan cansados no pudimos incorporarnos al ambientazo de viernes que ofrecía la ciudad, llena de gente, de casinos y salas de fiesta... Nos impresionó mucho después de tantos días de vida en plena naturaleza, aunque lo más impactante fue darnos cuenta de los adornos de Halloween y de Navidad, incluidos renos, papanoeles y felices 2017, que había por todas partes: no nos lo podíamos creer, primero por el tremendo calor que hacía y después, porque nos parecía imposible que fuéramos a enfilar ya nuestro último mes de viaje. 
Los días de retraso del barco en Pucallpa nos habían descolocado todos los planes previstos para esta etapa. Por otra parte, Iquitos, a pesar de ser la ciudad más grande de la Amazonía peruana, no está conectada al resto por carretera, solo por avión y por barco, pero no hay barcos todos los días, así es que tuvimos que elegir entre pasar más días en Iquitos o en Manaos, siempre con la incertidumbre de no saber cuándo íbamos a poder llegar a la ciudad brasileña, pues la duración de los trayectos en barco siempre está sujeta a las paradas, las corrientes, los bancos de arena, los controles policiales, etc. Al final decidimos quedarnos en Iquitos hasta el martes 1, el primer día que había lancha rápida hasta la triple frontera: necesitábamos descansar y reponer fuerzas después de haber vivido los tres días en la Reserva y cinco días de barco hasta la capital de la Amazonía peruana. 
Iquitos es una ciudad bastante destartalada y ruidosa, con un tráfico de motos desaforado, aunque mantiene algunos edificios de estilo colonial, vestigios de su efímero pasado de auge y desarrollo durante la época del caucho. De entonces quedan casonas de finales del XIX con patios y balcones, sobre todo en la zona del Malecón, con fachadas de azulejos portugueses, seguramente por la influencia de la cercana Manaos. En todos estos edificios hay algún rótulo de azulejo en el que se indica que dicho edificio es patrimonio nacional, pero la verdad es que no se ve mucho interés por parte de la nación en conservarlos, pues la mayoría aparecen decrépitos y descuidados, abandonados a su suerte. La misma Casa de Hierro, cuyo diseño parece ser que salió de los talleres de Eiffel, en esa época en la que todas las ciudades querían parecerse a París, parece más bien un amasijo de chapas y tornillos pintados de purpurina, decadente y trasnochada. 
Nuestra visión de Iquitos está también mediatizada por varios referentes artísticos y literarios. Antes de llegar nos hemos leído la divertidísima "Pantaleón y las visitadoras" del, a mi parecer y junto con "La fiesta del chivo", mejor Vargas Llosa. No podemos ya ver a un militar, de los muchos que hacen guardia en las calles de Iquitos, sin acordarnos del capitán Pantaleón y sus hombres. Y las guapísimas y sensuales loretanas nos traen a la mente a las irresistibles visitadoras, que tan eficazmente supieron levantar el ánimo de los soldados peruanos desplegados en tan  inhóspitas tierras. Quienes hayan leído la novela estarán ahora, cuando menos, sonriendo si no se están partiendo de risa. 
También hemos visto en el iPad la película de Herzog "Fitzcarraldo" (1982), que está igualmente ambientada en Iquitos, en la época del caucho. La película nos pareció de una gran belleza, pues defiende el poder de los sueños y anhelos, las pasiones del alma humana, el amor por el arte, por la música. A mí el final me resulta especialmente hermoso. Qué pena que la realidad de la persona a quien encarna Klaus Kinski fuera tan radicalmente opuesta al personaje que nos presenta Herzog. El peruano cauchero Carlos Fernando Fitzcarrald "fue el inventor del sistema de explotación de la riqueza cauchera basado en formas de esclavitud y crueldad que componen uno de los capítulos más vergonzosos de la historia de América del Sur. Sus víctimas entre las poblaciones indias se cuentan por decenas de miles. (...) Fitzcarrald no solo arrasó numerosas culturas nativas, no sólo provocó que miles de indígenas adquirieran la condición de expatriados, sino que además creó los modelos de exterminio y explotación que luego aplicarían todos los caucheros de la Amazonía. Fue el primer monstruo de una monstruosa lista de supuestos civilizadores. Lo que hicieron él, y quienes le siguieron, fue considerada entonces una hazaña de corajudos pioneros, un luminoso trozo de historia de la épica de la patria. Hoy lo llamamos, de forma menos enfática, genocidio" (Javier Reverte, El río de la desolación"). La cita de Reverte es solo un ejemplo de las muchísimas y documentadas aportaciones que tiene el libro y que me ha ido contando Julio durante su lectura del mismo. Y surge el eterno debate: cuál debe ser la relación del arte con la realidad. En mi opinión, el arte tiene valor en sí mismo, la película de Herzog es maravillosa, para mi gusto, pero el conocimiento de la Historia es la imprescindible luz que le da a todo su exacto y verdadero significado. 
Una de las visitas imprescindibles que hay que hacer en Iquitos es al enorme e impresionante mercado de Belén, el barrio periférico y marginal de la ciudad. En sus puestos se venden multitud de pescados amazónicos, la mayoría desconocidos para nosotros, excepto los que hemos visto en los días de la Reserva. Entre ellos, el paiche, a pesar de que estamos en época de veda, y la tortuga de tierra, el motelo, que luego hemos visto en centros de rescate y reproducción, pues se trata de una especie amenazada. A los pies del mercado se encuentra el complicado barrio de Belén. Es muy famoso entre los turistas contratar un guía para que te enseñe las chabolas levantadas sobre pilares de madera para protegerse de la crecida del río, que inunda todo el barrio en época de lluvias. Nosotros nos lo ahorramos: primero, porque ahora no hay agua; segundo, porque los mismos vecinos que viven en el límite del barrio nos alertan de que no vayamos si no queremos salir sin el iPad y sin el móvil y tercero, porque no nos parece que la miseria humana sea un espectáculo. Así es que nos limitamos a tomar desde arriba alguna foto de los tejados de calamina de las chabolas para que os hagáis una idea de cómo es esto. 
En Iquitos hay muchos centros de cría, rescate y recuperación de animales de la selva en peligro, que intentan concienciar acerca de los efectos terribles de la caza o pesca de determinadas especies y que tienen en marcha planes de manejo para la cría de las especies que tradicionalmente se han consumido en la zona. Nosotros elegimos el centro CREA porque tiene un área de recuperación de manatíes, posiblemente junto con el paiche, el animal más emblemático del Amazonas y uno de los más difíciles de ver en el medio natural. Las jóvenes que veis dando el biberón a los manatíes bebés son voluntarias españolas. En todos sitios hay donde poner las manos y echar un cable. 
También visitamos la Biblioteca Amazónica, la mayor biblioteca de toda la Amazonía, donde vemos emocionados un original del diario de Gaspar de Carvajal y otro de los diarios de Colón. La Biblioteca trabaja codo con codo con el CETA (Centro de Estudios Teológicos Amazónicos), que dirige el jesuita Joaquín García, a quien nos dirigimos para transmitirle los saludos que nos dio para él mi conversador de Moyobamba. Nos gusta hacer bien los recados y siempre es una delicia conversar con alguien que lleva viviendo más de cuarenta años en Perú. 
Para ir terminando, que esto ya se está haciendo largo, os diremos que uno de los grandes placeres de estar en Iquitos es también probar los exclusivos sabores de la selva, en nuestro caso solo los vegetales: en una animada cafetería del centro reponemos fuerzas tomando el extracto de guaraná o un batido de asaí con camu camu. Son semillas y frutos que crecen silvestres en la selva peruana y brasileña y que los indígenas han consumido siempre como plantas medicinales. Hoy se ofrecen como energizantes, revitalizantes, rejuvenecedores y, sobre todo, como afrodisiacos, pero ya os digo yo que la novela de Vargas Llosa es más efectiva en ese aspecto (tenía razón mi amigo Ramón). Y a pesar de ser vegetal y de que su uso es tradicional y común en toda la Amazonía, nos vamos de Iquitos sin probar la alucinógena ayahuasca, una liana que se consume en ceremonias dirigidas por chamanes y que aportan experiencias de limpieza física y espiritual. De hecho, Iquitos está lleno de turistas que llegan hasta aquí para participar de esta experiencia. Nosotros, para alucine, ya hemos tenido bastante con los barcos peruanos del Amazonas.
 
 
 















 
 


2 comentarios:

  1. ¡Cuántas aventuras! ¡Qué cara de alegría tienes, Coro, en la Biblioteca Amazónica! Me gustan los autobuses, los peces, las hamacas, las personas que conocéis por el camino, los amaneceres y , sobre todo, el relato. Gracias.

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  2. Gracias a ti, Isabel. Qué alegría tener tan cerca a amigos que sabes que aman y valoran lo mismo que nosotros. Eso sí que es una suerte. Que disfrutéis mañana en el club de lectura con Pennac. Ya me contaréis. Abrazos.

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