jueves, 14 de julio de 2016

Madrid-La Habana


El día 1 de julio, a una hora muy taurina, las cinco de la tarde, iniciamos nuestra primera etapa del viaje. Llegamos a La Habana tarde, con el ánimo muy alto, aunque con un cansancio de muerte. Eran para nosotros las cinco de la mañana. Primeras impresiones: el calor sofocante por la humedad, el desorden total del aeropuerto y el tremendo ambiente nocturno que había en Centro Habana, donde nos quedábamos, muy cerca del Malecón. Pues, a pesar de que nos caíamos de sueño, no queríamos irnos a dormir sin quedarnos con esa primera imagen en la retina de la ciudad nocturna. Mucha gente en la calle, pero todo está tranquilo, nadie te dice nada... Empieza una sensación que nos acompañará en todos estos días en Cuba y que, claro está, no es muy frecuente en este tipo de viajes: cierta seguridad y confianza. No hay que estar en alerta permanente. Nos quedamos en una casa particular, igual que en todos los sitios que vamos a visitar, lo cual creo que es un gran acierto, pues nos da la posibilidad de conocer a los cubanos de a pie, viajar de forma más económica y contribuir de alguna manera para que los ingresos del turismo recaigan más directamente en la gente normal y corriente.
Dedicamos los dos días siguientes a peinarnos la ciudad haciendo paquete básico: Vedado, con el Hotel Habana Libre, el Nacional, la heladería Coppelia, que sale en la peli "Fresa y chocolate" y donde participamos del deporte nacional, o sea, hacer colas. Luego caminamos por Centro Habana, el barrio más deteriorado de los tres que vemos. Todo aquí parece que está a punto de derrumbarse, como si quedara solo un esqueleto que hubiera sobrevivido a un huracán. Hay mucha basura, huele ácido y los cubanos hacen colas con sus cartillas en la mano para comprar el pan o los cuatro productos que hay en los mercados estatales -en las pocas tiendas privadas que hay también se venden pocas cosas, pero además son muy caras-. Porque en Cuba es imposible ser consumista: no hay nada para comprar -excepto ron y tabaco, eso sí-. El desabastecimiento general del pueblo cubano es una de las cosas que nos impacta enseguida, acostumbrados como estamos a tenerlo prácticamente todo a nuestro alcance.
Y por fin llegamos a la parte de la ciudad que yo deseaba tanto conocer y a la que Julio quería volver: la Habana vieja. Es, sencillamente, preciosa; sus cuatro plazas están limpias y restauradas: la Plaza de la Catedral, la Plaza de Armas, la Plaza de San Francisco y la Plaza Vieja. Carlos Cano no se nos quita de la cabeza. Sí: la Habana tiene más negritos y más belleza en conjunto, y sobre todo muchísima música. Hay música y baile en cualquier sitio, en las casas particulares, en las terrazas, en las esquinas.... Pero el salero es de Cádiz y su catedral es incluso más majestuosa y más señorial.
En fin, dos días es poco para esta ciudad, así es que la recorremos con él ansia de llevárnosla toda y con el deseo clarísimo de volver.

3 comentarios:

  1. La descripción de La Habana es tal cual la imaginamos siempre ¿no?. Cuando cambie ( si cambia) ¿en que se convertirá?
    Espero conocerla como es ahora y también que cuando cambie no pierda ese color.

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  2. Nosotros nos hemos venido con esa misma incertidumbre de qué pasará en un futuro cercano y cómo afectará al país. Nos da la impresión de que cuando Cuba se abra al mundo mejoraran muchas cosas, pero también perderá parte de su encanto si llega turismo masivo. Y los cubanos con los que hemos hablado están con esa misma inseguridad y bastante hartos de sus condiciones de vida. Así es que date prisa en venir. Besos.

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  3. ¡Ya ha comenzado el relato del viaje y yo sin darme cuenta!!!

    Solo conozco La Habana a través de los ojos de Mario Conde, el de Leonardo Padura, el detective que siempre quiso escribir un libro escuálido y conmovedor y se parece a esa Habana que cuentas. Si alguna vez echáis a vuestra mochila esa lectura, que os recomiendo, ya me contaréis si hago bien en fiarme de él.

    Gracias por este primer capítulo, voy a devorar los siguientes.

    Bss

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