miércoles, 3 de agosto de 2016

Antigua Guatemala: una belleza entre volcanes.

Hemos pasado tres días en Antigua Guatemala, la Antigua para los guatemaltecos, ya que fue capital del país desde 1543 hasta el terremoto de 1774, cuando la capital se trasladó a Ciudad de Guatemala. Le tenemos especial cariño porque fue la primera ciudad colonial de Iberoamérica que conocimos juntos, en el verano del 99. Todavía atesora parte de los restos de las 38 iglesias y conventos que llegó a tener en su época de máximo esplendor. No en vano en 1979 la UNESCO la declaró patrimonio mundial. No la hemos encontrado muy diferente de como pervivía en nuestro recuerdo, salvo el aumento del tráfico en las calles, algo que nos está acompañando a lo largo de todo el viaje, y el impacto de la globalización, que ha hecho crecer los bares y restaurantes de estilo europeo, que son un hervidero de gente, sobre todo los fines de semana. 
Por lo demás, Antigua sigue conservando su esencia: calles empedradas, magníficas e inmensas casonas coloniales de una sola planta, patios con fuentes, jardines multicolores y ventanas en esquinas, con trabajadas rejas de hierro, que se parecen a nuestras ventanas en los edificios históricos de Cáceres y Trujillo, pero con una sobriedad más castellana. Todo esto se ve realzado por los tres volcanes que rodean la ciudad: el Pacaya, el de Agua y el de Fuego. Este último, con un nombre acertadísimo, pues lo hemos visto echar lava y llamaradas durante toda una noche. Esta actividad volcánica no termina ahí, pues hemos podido sentir uno de los continuos pequeños terremotos que se registran en la ciudad desde siempre. Para ellos es normal, pero a los de la penillanura, como nosotros, nos "acongoja" un poco. 
Algo que la hace única son también las ruinas de sus conventos, iglesias y monasterios, vestigios de un esplendor barroco, imposible de restaurar por su coste y su situación geográfica, pero que le confieren una extraña y singular belleza. 
Fuera del casco histórico, está el colorido de la vida real de los antigüeños, con sus impactantes autobuses de colores, adornados como para una feria, y el laberinto de su mercado, donde la gente se afana por ganarse la vida y donde puedes adquirir desde fruta riquísima hasta quincallas, mosquiteros, carne fresca, pescado, cerámica, maíz de todos los colores, flores, etc. 
Esta vez hemos echado de menos el Restaurante Barcelona, que ya no existe, donde nos supieron a gloria la primera vez que vinimos su fabada y sus calamares a la romana. Nos hemos tenido que conformar con la comida típica guatemalteca, que tiene como alimento base las tortillas de maíz, bastante insípidas para nuestro gusto, los frijoles negros y los guisos de carne, que a nosotros nos resultan pesados. Hay que esperar al Caribe para disfrutar de otros manjares. Eso sí, la fruta -piñas, papayas, fresas, mangos, plátanos, lucháis, sandías....- son sabrosssssissssssimas y no se parecen a nada de lo que podemos encontrar en España. 
Es una ciudad para recordar, para volver, por la que no te cansas de pasear a primera hora de la mañana: belleza y grandiosidad entre volcanes. 







4 comentarios:

  1. ¡Me ha encantado Antigua! Me la apunto para ir, en esta vida o en otras, pero queda pendiente.
    Gracias por el reportaje!

    ResponderEliminar
  2. Sí, Ana, es un sitio muy especial. Y mira, nosotros estuvimos hace 17 años y hemos vuelto. Todo es posible. Un abrazo!

    ResponderEliminar
  3. Pues nada, Lolilla, cuando quieras nos hacemos una escapada. No hay nada imposible. Y gracias por estar ahí. ¡Qué alegría! Besotes.

    ResponderEliminar