Tras nuestra accidentada estancia en Flores y sin haber logrado visitar Tikal, emprendimos regreso a Ciudad de Guatemala en un autobús nocturno y, contra todo pronóstico, el viaje fue bastante cómodo. Como era la segunda vez que pisábamos la capital, nos movimos con bastante facilidad para regresar a Antigua en transporte público y pasar allí un último día antes de cambiar de zona (ya veis que en el blog no damos información práctica, pero si alguien la necesita puede escribirnos a nuestros correos y les proporcionaremos información de primera mano sobre transportes, hoteles, fronteras, etc.).
El sábado seis de agosto salimos en autobús público hacia Chichicastenango pasando por Chimaltenango y Los Encuentros. Hay que hacer, por lo tanto, dos cambios de autobuses, pero la opción que ofrecen las agencias nos pareció malísima, ya que no están en Chichi hasta las diez de la mañana y, desde nuestro punto de vista, hay que estar allí bien temprano para disfrutar completamente de todo lo que ofrece un domingo en este pueblo de la región de Quiché.
Chichi es famoso por su mercado del domingo, de un espectacular colorido, por la cantidad de frutas y verduras distintas que se venden, pero sobre todo por la población indígena que baja de las montañas a vender sus productos, vestidos con sus trajes típicos, de mil colores, en especial los de los huipiles de las mujeres, que crean un llamativo espectáculo multicolor. Eso sin contar con los colores de todos los productos de artesanía. Es realmente una fiesta para los ojos. Pero, además, Chichicastenango es especial porque sus habitantes y los de las aldeas cercanas se caracterizan por seguir aferrados a ritos de origen prehispánico, que se mezclan con los rituales católicos, creando un ejemplo de sincretismo que hoy ya es difícil de encontrar, creemos. A partir de las siete de la mañana comienzan a llegar a la iglesia de Santo Tomás, que tiene una inmensa escalinata en el atrio, al modo de las antiguas pirámides mayas, los cofrades y cargos de las distintas cofradías que existen, ataviados con trajes típicos, portando bastones de plata que indican su rango. Se arrodillan en los escalones de la iglesia, rezan en maya...
La gente del pueblo también va llegando y todos repiten ritos parecidos, quemando grandes cantidades de resina de copal en la entrada, encendiendo velas, esparciendo aguardiente... Cuando entran, depositan sus ofrendas -fruta, mazorcas de maíz, dinero, flores...- en plataformas bajas de piedra repletas de velas y se sientan en el suelo a hablar en Maya con sus ancestros, muchos de ellos enterrados bajo el suelo de la iglesia. La misa, que empieza a las ocho, es también en español y en maya, y está presidida junto con el sacerdote por todos los cofrades que se sitúan alrededor del altar. Es impresionante escuchar el Maya y muy emocionante, nos parece a nosotros, que se conserven las lenguas indígenas y que sigan vivas. En fin, es muy difícil describir con palabras la escena y el ambiente, la sensación de estar asistiendo a algo sagrado y muy ceremonioso, de una importancia vital para sus protagonistas. Otro regalo que nos ha deparado este viaje.
precioso relato....no puedo ver las fotos..que pena..no sé qué pasa
ResponderEliminarbs y abrazos
precioso relato....no puedo ver las fotos..que pena..no sé qué pasa
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Yo tampoco, Gema. A mí me pasa lo mismo. Vamos a echarle la culpa a blogger.
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