La fibra que nos lleva de Isabela a Santa Cruz sale a las seis de la mañana, así es que hoy toca el enésimo madrugón. En el muelle nos enteramos de que ayer, mientras nosotros disfrutábamos de un maravilloso día de playa, se cancelaron los tours a los túneles de lava porque el mar estaba bien bravo y la entrada en barco a los túneles no era segura. Y, aunque parece que el temporal va pasando, el mar está todavía bastante picado, así es que la salida de Isabela es algo difícil. Menos mal que la cosa se va calmando y llegamos a Santa Cruz más o menos compuestos. ¡Benditas biodraminas!
Dedicamos la mañana a visitar el rancho Primicias, una finca privada con vegetación abundante y muy verde, gracias a la constante garúa de montaña, donde se pueden observar desde muy cerca tortugas gigantes en semi libertad. De hecho, la carretera está llena de señales de tráfico que marcan límites de velocidad y precaución por el cruce continuo de tortugas y el taxi en el que vamos tiene que frenar ante una que está cruzando tranquilamente la carretera. Es increíble el espectáculo que se ve desde el coche: una finca tras otra salpicadas todas de estos enormes animales, igual que nosotros tenemos fincas con ovejas o con vacas. Alucinante. Hay, además, unos machos inmensos, posiblemente los más grandes que hemos visto hasta ahora, que se embadurnan de barro apaciblemente con las hembras en las charcas de la finca. Me llama la atención el silencio que guardamos todos los visitantes para no molestar a los animales. Puede parecer exagerado, pero la visita tuvo algo de entrada en una especie de santuario.
Completamos la excursión con un paseo por un túnel de lava de unos 600 metros que a Julio le pareció muy interesante, desde un punto de vista geológico, y que a mí no me gusto mucho, pues me pareció en algunos tramos, a pesar de que la altura era bastante grande en la mayor parte del recorrido. Aun así, reconozco que era muy curiosa la formación. Igual que la visita a los gemelos, dos enormes cráteres, pero no de volcanes, ya que se trata de derrumbes del techo de túneles de lava existentes en la zona y que adquieren por su forma redondeada ese aspecto de cráteres. Me encantó contemplar aquí los bosques de Scalesias, unas plantas endémicas de Galápagos, parientes de nuestro diente de león, y que aquí adquieren un porte arbóreo que da a la zona cierto aspecto fantasmagórico por los líquenes que cuelgan de sus ramas y la permanente bruma. Se trata del árbol de Margarita, que ha evolucionado en 15 especies distintas en directo paralelo botánico a los pinzones de Darwin. En fin, ya veis cuánto estoy aprendiendo, pero David Attenborough explica todo esto fenomenal en sus documentales, siempre con la misma pasión con la que nos lo cuenta tan bien todo.
Dedicamos el día siguiente a realizar una larga excursión con una agencia a la isla de Seymour Norte. Gran parte del recorrido consiste en navegar tranquilamente por unas maravillosas aguas que varían del turquesa al verde en un precioso yate, el Promesa, que a mí me parece de lujo asiático. Creo que es el día que mejor hemos comido desde que llegamos a Ecuador y con diferencia: atún de aleta amarilla. Riquísimo. Y el paisaje que contemplamos desde el barco es maravilloso: la silueta volcánica y montañosa de las islas, los lobos marinos, las playas salpicadas de pelícanos y piqueros de patas azules. Una gozada, porque en Seymour, ya en tierra, nos damos el festín de contemplar, además de las anaranjadas iguanas terrestres, infinidad de aves que teníamos muchas ganas de ver. Muchas fragatas, machos, hembras, jóvenes y polluelos; son especialmente llamativos los machos solteros, que hacen ostentación de sus mejores galas luciendo su bolsa roja con la que intentan atraer a las hembras. Es todo un espectáculo. Pero mis preferidos son los piqueros de patas azules. Estos sí que parecen ser de otro planeta, con su carita un poco de bobos -también se les llama así, pájaro bobo- y sus patas color azul turquesa. Hay muchísimas crías de piqueros y siempre te gustaría poder acercarte más a ellas, lo cual no es fácil, aunque a veces están en la mismísima mitad del sendero. De nuevo tengo la certeza de estar en un sitio único, muy diferente del resto, en cierto sentido mágico.
En todas las excursiones organizadas que hacemos tenemos la sensación de que todo podría hacerse mejor, de que al guía le podría gustar más su trabajo, de que podría poner más entusiasmo en las explicaciones, de que se podría aprovechar mejor el tiempo. Pero a lo mejor es que nosotros estamos demasiado emocionados y expectantes.
Hace una tarde preciosa. Regresamos navegando con sol y compartiendo con los compañeros de la excursión el tipo de viaje que cada uno está haciendo. La conclusión es otra vez la misma: somos unos privilegiados.
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