El día 9 de octubre dejamos la aldea de Cuispes, donde tan a gusto habíamos estado, y nos dirigimos a Chachapoyas con nuestras compañeras de viaje Granadinas, Cristina y Begoña.
Chachapoyas es la capital del departamento peruano de Amazonas, pero esto, dicho así, puede confundir un poco, ya que la ciudad se encuentra todavía lejos del imponente río y está enclavada a 2300 metros de altura en la cordillera nororiental de los Andes peruanos. El nombre, que suena en el español de España nada más que regular, procede de la palabra quechua Sachapuyos, que significa "hombres o gente de las alturas y de la neblina". Por lo visto, los españoles eran incapaces de pronunciar bien el término quechua y lo adaptaron como pudieron o como quisieron, porque no es descartable que influyera también el típico humor socarrón español, tan a menudo machista.
Mi amigo y compañero Juan Barriga me recordó que esta civilización aparece en la novela de Isabel Allende "La ciudad de las bestias", que tenemos como lectura en cuarto de ESO. Me encantó recordarlo -es que hace mucho tiempo que no doy ese nivel, no es que esté totalmente desconectada-. Se trata de una cultura preincaica, mucho más primitiva y con unas manifestaciones artísticas y culturales muy rudimentarias. No conocían la escritura ni los números y tenían un sistema para contar que nos ha dejado alucinados cuando lo hemos visto en el museo de Leymebamba: se trata de los kipus, una especie de cordón del que cuelgan otros de distintos tamaños y colores, con un desigual número de nudos. Hemos visto algunos que, desplegados, son impresionantes. A mí me recordaron a los rosarios de la cultura cristiana o a las pulseras de las que cuelgan distintos adornos. La cultura Chachapoyas fue dominada por los incas, pero a base de continuas guerras y rebeliones, pues los Chachapoyas eran muy fuertes y guerreros. De hecho, los incas llamaron a esta zona de su imperio el Antisuyo, es decir, la nación de los no domesticados. Lo que más destaca hoy de su legado son las manifestaciones funerarias: mausoleos de piedra y sarcófagos de barro y cañabrava-algunos os acordaréis aquí de García Márquez- antropomorfos, de dos metros de alto, decorados con pigmentos rojos, ocres y blanco humo. Es impresionante su ubicación, en los entrantes naturales de las paredes de roca caliza y llegar hasta ellos siempre supone una dura pero estimulante caminata. Nosotros hemos visitado los mausoleos de Revash y los sarcófagos de Karajía. Si se viene aquí, ver esto es imprescindible. Igual que lo es el Museo de Leymebamba, otro pueblecito de la zona que conserva más de doscientas momias procedentes de los sarcófagos de la Laguna de los Cóndores y que consiguió con la lucha de sus vecinos y el apoyo de una ONG austriaca que el museo se quedara en el pueblo y no se lo llevaran a la capital. Legítimos descendientes de los Chachapoyas.
Pero la visita estrella es a Kuélap, la ciudad sagrada de los Chachapoyas, situada a 3000 metros de altura, rodeada de unas montañas tremendas y unos paisajes increíbles. Llegar aquí es toda una odisea, en el sentido de que se emplea mucho tiempo, igual que al resto de sitios arqueológicos, pero no es porque estén lejos, sino porque no hay carretera, solo pistas o caminos de pura terracería, como dicen aquí, que suben y bajan por unas pendientes de vértigo. En este momento, una empresa francesa está construyendo un teleférico que está previsto que se abra a finales de año. Kuélap es el sitio arqueológico más importante de Perú después de Machu Pichu -y se descubrió 68 años antes que la gran joya inca-, pero a nada que hables con la gente que se dedica a la hostelería, oyes por todas partes las quejas por la escasísima inversión gubernamental en la zona. Y, realmente, como comentaba en la entrada anterior, da la impresión de que el interés del gobierno en el patrimonio cultural de esta zona de Perú es nulo. Solo hay que fijarse en el estado de los caminos, en la dificultad de los accesos, en el terrible expolio que la mayoría de estos sitios han sufrido y en el estado de abandono en que se encuentran muchos de ellos. Son las comunidades locales las que se encargan de mantener transitables los caminos y de controlar los accesos.
Hay muchas excursiones para hacer desde la ciudad, todas muy cansadas porque prácticamente se llevan un día entero, pero todas muy interesantes. Nos hemos quedado sin ver, por ejemplo, la catarata Gocta, que debe de ser preciosa, pero a la que renunciamos para tener un día de descanso en la ciudad; está también el valle de Huayla-Belén, que recorre las orillas del río Utcubamba, o la visita a la Jalca Grande, el sitio donde se fundó Chachapoyas y donde viven actualmente los indígenas más directamente descendientes de ellos. Sí que hemos visitado la caverna de Quiocta -es una palabra quechua onomatopéyica que imita el graznido del cóndor- de 600 metros de longitud- que fue habitada por los Chachapoyas y que conserva pinturas murales y restos humanos. A mí no me gustan demasiado las cuevas, pero hubo un momento que fue mágico: el guía nos pidió que apagásemos las cuatro linternas que llevábamos y que permaneciéramos totalmente a oscuras y en silencio unos minutos, escuchando solo el ruido de las gotas de agua que forman las estalagmitas. Fue increíble: yo me sentí como un átomo insignificante en medio de aquella tremenda negrura. Vértigo emocional a tope.
Como veis, todas las excursiones son fascinantes. Además, se hacen en grupos pequeños y es un placer convivir con la gente tan variopinta que nos juntamos y que a veces coincidimos en la misma excursión en días sucesivos. Pero la misma ciudad de Chachapoyas merece mucho la pena. Es una tranquilísima y preciosa ciudad colonial por la que da gusto pasear, a pesar de las tremendas obras que se están llevando a cabo en sus calles y que hacen que todo esté cubierto de polvo rojo. La calle Amazonas es la más bonita, con sus casonas con patios y sus balcones y ventanas de madera. Una delicia con mucho sabor español.
En fin, ha sido un placer descubrir esta cultura y estos lugares, todo tan desconocido antes para nosotros, todo tan a la sombra del gigante inca. Y os digo una cosa: daos prisa en venir, porque ahora la visita a Kuélap está en 20 soles, unos seis dólares más o menos, pero los paquetes con entrada y teleférico se están vendiendo ya en promoción para su apertura en Navidad a 50 dólares. Vosotros veréis.
Viven, trabajan, se juntan, se cuidan...¡qué mundos! y no necesitan mucho más. Me está resultando especialmente fascinante esta parte del viaje, cada vez descubrimos más mundos dentro de esa gran masa destinoiberoamérica todojunto que era vuestra aventura antes de emprenderla. Las fotos son sencillamente espectaculares, y ya os considero mis personajes de novela gráfica favoritos. Ahora vivís para mí en esa especie de ficción que se confunde con la realidad tan maravillosamente recreada para nosotros. Descubriendo mundos sin salir de casa. Eso sí, a ver si tengo un rato y me paso por Kuélap antes de que suba el precio! Y mientras, en este otro mundo, debate divertido sobre el Nobel a Dylan como si les fuera la vida en ello. Solo quiero añadir que se lo podían haber dado al alimón con Leonard Cohen. Seguid disfrutando con esa fascinación que vuela miles de kilómetros y nos llega intacta. Un abrazo enorme.
ResponderEliminarÁngela, gracias por tu comentario. ¡Qué bonito! Así da gusto hacer el blog, con seguidores y amigos como tú y como el resto de los que nos leéis. Así merece la pena que me deje los ojos y el tiempo y la cabeza y la ilusión en contaros esto. Y en las fotos que hace Julio, tan osado y tan echado palante como siempre. Efectivamente, percibimos que la gente vive así de sencilla. Deberías dedicarte a escribir tú, que lo haces tan bien. Y lo del Nobel nos ha emocionado porque a Julio se le ocurrió enseguida lo mismo que a ti, que se lo tenían que haber dado a Leonard Cohen. A nosotros la noticia nos alucinó! Para no cesar en el alucine habitual que tenemos por aquí. Pero del debate no estamos muy al día.
ResponderEliminarUn abrazo enorme. Y muchos besos.
Por favor, sigue dejándote los ojos y el tiempo en esta tarea. Es una delicia seguiros. Abrazos.
ResponderEliminarGracias, Isabel. Lo de dejarme los ojos no es ninguna metáfora. Avanzar en los cuarentaymuchos y leer en tanto dispositivo electrónico está haciendo que ya vea menos que un pez frito. Me acordé ayer mucho de vosotros con el club de lectura. Un abrazo desde la Amazonía peruana. También para Eduardo y para Pedro.
EliminarAunque a miles de kilómetros, estuviste bien presente en nuestra primera sesión. Sustituto muy bien elegido, preparado y compinchado, pillina. Disfrutad de vuestro periplo y, por favor, seguid compartiéndolo. Abrazos de vuelta para vosotros.
EliminarGracias, Isabel. Ya me han contado que Juan estuvo genial, como siempre, claro. A ver si me tenéis al tanto de lo que vais a leer en noviembre, por si puedo acompañaros desde aquí. Besos.
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