Menos mal que después de dejar Galápagos lo que nos esperaba en la siguiente etapa del viaje era la preciosa ciudad colonial de Cuenca y sus alrededores, porque de otra manera el palo de dejar las islas Encantadas habría sido aún más duro.
Cuenca es una bonita y más que agradable ciudad situada en el núcleo de la cordillera meridional de los Andes. Volvemos a subir a los 2600 metros de altitud, casi la misma que Quito, y tenemos que volver a aclimatar el cuerpo y la mente a la altura y al clima.
Del pasado precolombino de Cuenca no queda prácticamente ningún resto y casi nada de los primeros años de la conquista. La iglesia más antigua es la de Todos Santos, que se remonta a la fundación de la ciudad por los españoles, el resto es todo del siglo XIX, pero sigue manteniendo el aspecto colonial y virreinal que la hace parecerse mucho a nuestras ciudades castellanas. Por algo el casco histórico de Cuenca es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco: se lo merecen sus dos catedrales, sus grandes casonas, iglesias y monasterios, de fachadas blancas, los balcones y ventanales de sus casas y las cornisas con adornos de madera. El toque original lo ponen los colores utilizados para pintar la madera: dominan los azules, verdes y ocres, con un acabado mate que no hemos visto hasta ahora. Llegamos un viernes por la noche y el ambiente era fantástico, con mucha gente joven en la calle y cantidad de garitos donde tomar una cerveza y picar algo. A pesar de la llovizna y del ambiente fresco, a pesar del cansancio del viaje desde Guayaquil, daban ganas de estar por ahí y unirnos a la vida de fin de semana de los cuencanos. Especialmente emblemática es la calle Larga, en la que nosotros nos hospedamos. La parte trasera de sus casas mira a un barranco al fondo del cual corre el caudaloso río Tomebamba. Supongo que el aspecto de esta zona de la ciudad les recordó mucho a los españoles la famosa estampa de la Cuenca española, y de ahí el nombre. Tenemos también muy cerca la populosa plaza de San Francisco con su iglesia, que tiene un retablo barroco bastante bonito. Como está próxima la fiesta de San Francisco, hay durante el día bailes folklóricos, verbenas, tómbolas, en un ambiente festivo que me recuerda mucho al de las fiestas de mi barrio del Pilar o de la Coronada, en mi pueblo. Es una suerte haber visto los bailes tradicionales de la zona, alegres, jaraneros, con trajes de vivos colores, muy distintos de la primera imagen melancólica y tristona que nos transmitió Quito. También ha sido un placer disfrutar de la gastronomía cuencana -hemos vuelto a caer en la tentación de tomar en el mercado el famoso hornado, el chancho asado entero en horno de leña-, pero no más que degustar una riquísima paella de mariscos en El Mesón español, un estupendo restaurante regentado por una familia originaria de Badalona. Os podréis imaginar que, después de tres meses, la paella nos supo más que a gloria. Y todo este bienestar se completó, además, con el alojamiento que tuvimos. Nos quedamos a través de airbnb -la web con la que hemos reservado gran parte de los alojamientos- en un lotf en casa de Manolo, un arquitecto que tiene una casa vieja y restaurada por él, de forma muy original y muy artística, con vistas al Tomebamba. Ha sido un placer charlar con Manolo de la realidad del país, escuchar sus opiniones y puntos de vista sobre los cambios que ha traído el actual gobierno, reflexionar sobre la capacidad del arte y la cultura en general para generar cambios y mejoras sociales, y también leer y comentar sus cuentos. Una delicia, vamos.
Los alrededores de Cuenca son también muy interesantes y ofrecen excursiones como para pasar aquí unos cuantos de días. Una excursión imprescindible es la del Parque Nacional de Cajas, que ofrece paseos por un paisaje de tipo alpino espectacular. Son casi 3000 kilómetros cuadrados de Páramo, con montañas onduladas de escasa y agreste vegetación, típicamente alpina, en la que predominan los colores pardos, verduscos y ocres. Y, a cada paso, una laguna o un lago que brillan con un reflejo gélido en medio de este duro y descarnado paisaje. Hicimos la caminata más fácil y aún así había que tomársela con mucha tranquilidad, pues a cada pocos pasos que dabas te faltaba el aire, ya que el Parque está nada más y nada menos que a casi 4000 metros de altura. Yo me acordé mucho de Paniagua, que seguro que andaría por aquí tan contento, subiendo y bajando cerrutracos como si tal cosa, el que se controla tan bien los Pirineos, pero a mí la marcha me costó lo mío; eso sí, el paisaje compensaba con creces el esfuerzo. Esto hay que verlo y patearlo, cada uno en la medida de sus posibilidades.
Dedicamos otro día a visitar los pueblos indígenas de los alrededores de Cuenca. Fuimos a Chordeleg, famoso por su artesanía de joyas -aunque no me compre ningunos pendientes porque la filigrana no me va mucho- y a Gualaceo, para disfrutar de su mercado dominical. Las protagonistas del mercado son las cholas cuencanas, ataviadas con su vestido tradicional de pollera y paño o chal con flecos. Claro que la prenda por antonomasia de estos lares es el sombreo Panamá. Me encanta que lo lleven las mujeres. Me parece que el efecto que hace en esas cabezas con largas trenzas es muy elegante. Porque el sombrero Panamá no es de Panamá sino de Ecuador, en concreto de la zona de Montecristi, donde se cultiva la palma toquilla, que es como se llama aquí a estos sombreros, sombrero de palma toquilla, todo un signo de distinción social, pues los hay de cuatro clases; de hecho, veréis en las fotos que muchas mujeres ni siquiera pueden llevarlo y solo tienen el más humilde de tela. Fueron los españoles los que, conscientes de lo buenísimos que eran, pues los mejores no dejan traspasar ni una pizca de sol, los exportaron para que los utilizaran los trabajadores del Canal de Panamá. Y de ahí les viene el sambenito. Viendo a estas mujeres, de rostros y cuerpos tan rotundos, tan orgullosas de conservar su atuendo tradicional, tan afanosas en su trabajo de vendedoras, pensaba en que seguro que ellas se plantearán la vida de forma más sencilla que nosotras: los kilos, las arrugas, las manchas del sol, la moda, la edad... Todas esas preocupaciones parecen aquí tan absurdas... Viven, trabajan, se juntan, se cuidan. ¿En realidad hace falta mucho mas?
¡Qué razón tienes, Coro!. Viajando un poco por ese mundo de Dios se ve que la gente es feliz en cualquier sitio y con lo mínimo imprescindible para vivir. Somos nosotros los que nos hemos "artificializado" y no "vemos la felicidad" si no viene llena de infinidad de cosas del mundo capitalista.
ResponderEliminarLo de la penúltima foto: ¿son cochinillos o cuys?
Besos.
Son cuyes, Pedro. Así hacen aquí el plural. Los chanchos que asan son muy grandes, nada de lechones.
ResponderEliminarY es verdad que desde aquí se relativizan tantas cosas, tantos focos de interés y tantas preocupaciones...
Besos y gracias por escribir.