¡Y tuvo que llegar un día malo! El 26 de septiembre viajamos en fibra desde la isla de Santa Cruz hasta nuestro tercer y último destino en las Galápagos: Puerto Baquerizo Moreno, en la isla de San Cristóbal, una de las que se encuentran más al este del archipiélago y, por tanto, de las más antiguas. Hice un viaje malísimo. Según Julio, el resto de la gente iba bien y el mar no estaba tan mal como yo decía, pero para mí fue bastante duro, a pesar de las Biodraminas. Cómo no iría que cuando llegamos al muelle una japonesa que venía con nosotros en la lancha vino a enseñarme toda solícita un dispositivo que llevaba puesto en la muñeca y que, según ella, era lo mejor y lo último en USA para los mareos. En ese momento no me enteré de mucho, pero lo busco fijo cuando regresemos, porque estuve todo el día sin poder recomponerme, con el cuerpo bastante roto y la cabeza y el estomago fuera de su sitio. Lo que la gente cuenta en la red es, por tanto, cierto, así es que el primer día de San Cristóbal no nos quedó más remedio que dedicarlo a descansar e intentar recomponerme un poco. Y también a solucionar la cancelación de nuestro vuelo de vuelta a Guayaquil el día 30. No es que nos importara mucho quedarnos dos días más en Galápagos, la verdad, pero suponía un poco de lío por los siguientes alojamientos que llevábamos reservados.
Los cuatro días en esta isla fueron, en cierto sentido, especiales. Lo digo porque llevábamos reservado un apartamento -también los tuvimos en México con Juana y Amalia, pero desde entonces llevábamos ya muchos días de hoteles- y a nosotros, en un viaje tan largo, esto nos dio la vida. Podíamos ir al mercado, cocinar, desayunar y comer en casa, lavar la ropa, descansar o trabajar sin molestar al otro. En fin, ha sido lo más parecido que hemos tenido hasta ahora a vivir en un sitio. Ya lo necesitábamos. Así es que estos cuatro días en San Cristóbal los dedicamos a ser y estar, relajadamente, bajando un poco el ritmo.
Nos informamos acerca de las excursiones que ofrecían las agencias, dos de ellas muy apetecibles y con mucha fama, pues se visita Española, donde se puede ver el piquero de patas rojas, y también la del León Dormido, un impresionante cono vertical de escarpadas paredes de toba volcánica partido por la mitad, el paraíso de los amantes del buceo. Pero entre que son carísimas -200 dólares por persona en concreto la primera de ellas- y que suponen mucha navegación o mucho snorkel, decidimos hacer solo las que podamos realizar por nuestra cuenta y que sean terrestres. El último viaje en lancha me ha dejado tan malas sensaciones que solo de pensar en embarcar otra vez me pongo de nuevo enferma. Vamos, que está claro que somos de secano y más de campo que una amapola. Y, por cierto, como dato curioso, Darwin lo pasó fatal durante los años que estuvo embarcado en el Beagle, sufriendo constantes mareos y llegando a declarar que aborrecía el mar, de lo malito que estuvo el pobre. No sé cómo luego pudo tener esa lucidez mental para observar la realidad de las Galápagos con tanta clarividencia y llegar a las conclusiones que revolucionarían la ciencia para siempre.
En Puerto Baquerizo Moreno, como en el resto de las islas, todo es carísimo, también hacer la compra, pero disfrutamos yendo al mercado y preparándonos unos espaguetis boloñesa que degustamos como si se tratase del manjar de los manjares. Y lo mismo ocurre con el pescado y la langosta, que compramos a primera hora de la mañana en el muelle y que nos ayuda a preparar nuestra casera. Hospitalidad ecuatoriana que agradecemos muchísimo y que nos permitió vivir esa sensación que comentaba antes, la de no estar viajando o haciendo turismo, sino viviendo de alguna manera aquí por unos días. Fue nuestro amigo Ramón quien más insistió en esta idea antes de comenzar el viaje, lo recuerdo perfectamente.
Desde Puerto Baquerizo Moreno se pueden visitar a pie tres sitios muy bonitos e interesantes: primero, la zona del malecón y del muelle, con un agua transparente donde hay amarrados un montón de lanchas y yates, y donde se pueden contemplar, sin ir más lejos, un sinfín de lobos marinos que se suben a las aceras, ocupan los bancos y las pasarelas de madera y con los que te las tienes que ver de vez en cuando para que te dejen pasar por donde tú necesitas ir. Es como si ellos fueran los dueños y señores del espacio y nosotros, unos intrusos.
La segunda excursión, muy recomendable, es una caminata al Cerro Tijeretas, llamado así por la presencia abundante en el de estas aves -las fragatas-, pasando antes por Playa Man y después por Punta Carola. No hay otra isla como esta, o por lo menos que nosotros hayamos visto, para ver tantos lobos marinos con sus crías recién nacidas, un auténtico deleite. Y también para contemplar tal cantidad de tortugas marinas, que se acercan a la orilla cuando sube la marea. Se nos pasan las horas muertas siguiendo su rastro y viéndolas sacar la cabeza y las aletas. Me han parecido unos seres de un aspecto dulcísimo.
Y la tercera es la excursión a la Playa de la Lobería, a unos 45 minutos caminando desde el pueblo. Nuestra preferida. Es una larga y bonita playa donde las olas azotan con violencia contra las rocas de lava, en las que siestean las iguanas y donde vuelve a haber otra colonia bastante grande de lobos marinos, muchas madres con sus preciosos bebés, y de nuevo multitud de tortugas marinas. Puede parecer repetitivo, pero vivimos todo esto con la intensidad que nos da la certeza de que será difícil que volvamos aquí, así es que disfrutamos muchísimo del presente y no sentimos en absoluto ningún cansancio o aburrimiento.
Y, por último, no hay que perderse aquí el magnífico centro de interpretación, donde está muy bien tratado y expuesto todo lo relacionado con la historia, colonización, explotación y ecología de las islas, un centro, por cierto, construido con subvención española. Es muy sorprendente conocer la parte más oscura de las islas que los españoles llamaron Encantadas, pero que durante mucho tiempo tuvieron un halo un poco truculento y hasta maldito: en ellas se levantaron penales a donde se envió a los delincuentes más peligrosos, imperó el despotismo y el abuso de los propietarios de fábricas y fincas, se frustraron los sueños de grandeza y las ansias de enriquecerse de los colonizadores, que no pudieron domeñar siempre las fuerzas de la naturaleza, y se explotaron los recursos naturales de forma salvaje, sin control ninguno, hasta el punto de que en varias islas se exterminaron algunas especies. Tuvo que llegar bien entrado el siglo XX para terminar con esta sobre explotación y para que nos diéramos cuenta de que la protección de los recursos naturales de las islas era la manera mejor y más racional de sacarles partido. ¡Qué obtusos, lentos y torpes podemos llegar a ser los humanos!
Y se acabaron nuestros días en Galápagos: da mucha pena marcharse de este lugar que se asemeja mucho a un singular paraíso. Volvemos a la civilización, pero con la inmensa alegría de haber disfrutado tanto de estos días tan especiales. Podremos echar siempre mano de ellos a través del recuerdo.
Coro, me tiene fascinada tu blog. Dan ganas de coger avión y plantarte para quedarte. Un saludo desde Villafranca.
ResponderEliminarCoro, me tiene fascinada tu blog. Dan ganas de coger avión y plantarte para quedarte. Un saludo desde Villafranca.
ResponderEliminarPrecioso e interesante todo...¡qué bonito viaje!.
ResponderEliminarJulio, ya he hecho tu encargo.
Seguid disfrutando.
Un abrazo para los dos.
María, muchas gracias por leernos y por seguirnos. Todo un detallado por tu parte. Espero que disfrutes de las fiestas del Pilar.
ResponderEliminarPedro, gracias por hacernos los recados.
Os escribimos desde Chachapoyas, capital de la Amazonia peruana. La conexión es muy mala, así es que no sabemos cuándo podremos hacer otra entrada. Paciencia.
Un abrazo muy fuerte para los dos.