"Cualquier
cosa que puedes hacer o que sueñes que puedes hacer, hazla. El coraje
tiene genio, poder y magia". W.H. Murray, "La expedición escocesa al
Himalaya", 1951.
Dejamos
la cordillera de los Andes y emprendimos camino buscando la cuenca del
Amazonas. En el trayecto hay dos ciudades interesantes, Moyobamba y
Tarapoto, las dos bastante calurosas y con abundantes mosquitos, la
segunda mucho más que la primera. El paisaje, a medida que ascendemos
hasta Moyobamba, se va haciendo cada vez más selvático, de hecho
atravesamos el Parque Nacional Alto Mayo, un denso bosque nuboso con
vegetación tropical, muy parecido a los bosques nubosos de Mindo, en
Ecuador. Tarapoto nos parecía demasiado grande, calurosa y ajetreada,
así es que decidimos quedarnos a descansar en Moyobamba, la ciudad de
las orquídeas. Tiene dos orquidearios, uno del tipo de un vivero y otro
que es en realidad una reserva natural con un jardín de orquídeas y otro
de colibríes. Visitamos los dos, porque aparte de eso y de unos baños
termales, lo que se puede hacer en la tranquila Moyobamba es descansar
lo cual, por cierto, buena falta que nos hacía. Tuvimos la suerte de
hospedarnos en un hostal buenísimo, El Portón, muy tranquilo, con un jardín
precioso donde pasar la tarde leyendo y escribiendo. Sus dueños son muy
amables y nos prestaron mucha ayuda dándonos toda la información que
necesitábamos para nuestra siguiente etapa. La noche de nuestra
despedida tuvimos la suerte de conocer en su casa al Director Regional
de Cultura, con quien pude mantener una emocionante y sorprendente
charla -por inesperada- sobre literatura española e hispanoamericana.
Hablamos, sobre todo, de Arguedas y de César Vallejo. Luis Alberto
Vásquez es, además de una persona muy culta, muy generoso, hasta el
punto de que, una vez que se hubo ido, regresó para regalarme varios
libros, algunos suyos, otros del gran poeta de Moyobamba Luis Hernán
Ramírez, un librito de poesía titulado "Solo para mujeres" -ya os lo
pasaré, chicas- y la que él me presentó como la gran novela de la
Amazonía. Se titula "Paiche" (1963) -es el nombre de un enorme pez del
Amazonas, muy apreciado aquí y que está en peligro de extinción
actualmente, aunque lo vemos en las cartas de los restaurantes- del
pintor y escritor César Calvo Araújo. Luis me decía que no existía otra
novela que reflejara más fielmente la realidad amazónica, sus paisajes y
sus gentes. Así es que estoy deseando montarme en el barco para ponerme
con ella, aunque tengo que terminar todavía con Pantaleón y tenemos
también "El río de la desolación" de Javier Reverte. Fue un rato
maravilloso y entrañable. Él Incluso recordaba que en alguna novela
hispanoamericana aparecía mi nombre completo. No me costó nada ayudarlo:
era Florentino Ariza quien llamaba a Fermina Daza "la Diosa Coronada" en "El amor en los tiempos del cólera". Nos echamos unas buenas risas con esto y con el nuevo Premio Nobel.
Y
después de tantas emociones, el domingo 16 emprendimos nuestro largo
camino hasta Pucallpa. El primer día llegamos en combi y en taxi
compartido hasta Tingo María, después de 13 horas de viaje por unas
carreteras destrozadas, polvorientas y dejadas de la mano de dios, como
todo el norte del país -disculpad que insistamos en esto, pero es que
clama al cielo-. Luis alucinaba cuando le contamos que íbamos a hacer
así el viaje. Yo le dije que, afortunadamente, teníamos más tiempo que
dinero, así es que el avión no entraba en nuestros planes. Y también,
que queríamos hacernos la ilusión de que éramos más viajeros que
turistas. Sí, sí. Muy viajeros, pero llegamos a Tingo María que no
sentíamos el culo. Bueno, sí que lo sentíamos, con un dolor insoportable
que aún no se nos ha quitado. Ayer, a pesar del culo dolorido, fue más
suave: solo hicimos cinco horas apretujados en un taxi compartido por
una carretera que era una pura curva, con obras a cada tramo porque el
firme había desaparecido bajo los derrumbes. No os asustéis, que el
taxista era un máquina y llegamos a Pucallpa perfectamente.
Hemos
venido a Pucallpa para iniciar desde aquí nuestro viaje por el
Amazonas. Parece ser que no es el modo más frecuente de hacerlo, pues la
mayoría de la gente de la que hemos obtenido información lo hace desde
Yurimaguas, mucho más al norte. Sin embargo, Julio contactó con un
español que conoce bien la zona y lo que él había hecho le pareció mucho
más atrayente. Germán le contó que la zona de Yurimaguas era un poco
decepcionante porque estaba bastante deforestada y sobre explotada y que
había que avanzar mucho río adentro para entrar en algún área de la
Reserva Pacaya Samiria que fuera bonita. La guía Lonely Planet corrobora
esa información. Por cierto, el acceso al Amazonas desde Yurimaguas es a
través del río Huallaga y luego del río Marañón, el mismo en el que se
adentró el loco, lunático y tremendamente cruel Lope de Aguirre. Hemos
visto en el iPad la película de Herzog "Aguirre, la cólera de Dios"
(1972) y se nos han puesto los pelos de punta ante tanta enajenación y
tanta maldad.
Lo
que German le propuso a Julio fue coger el barco hasta Iquitos desde
Pucallpa, a orillas del río Ucayali, de 3000 kilómetros de longitud,
pues a él le parecía que en todo el trayecto por el Amazonas hasta su
desembocadura en el Atlántico esa era la parte mejor conservada y más
auténtica, la que va desde Pucallpa hasta Iquitos. Esta opción nos
permitiría, además, entrar a la selva por el pueblito de Bretaña, que se
encuentra ya dentro de la Reserva Natural Pacaya Samiria, el más grande
de todos los bosques y reservas del país. Así es que Germán convenció a
Julio y por eso estamos aquí, esperando para iniciar ya en breve lo que
espero sea una emocionante y feliz aventura por el Amazonas. La espera
se hace un poco larga porque Pucallpa no tiene mucho que ofrecer, hace
muchísimo calor, tiene mucho tráfico y hay que resguardarse de los
mosquitos. Pero no deja de ser una antesala de las grandes ciudades de
la selva: por todas partes se venden frutas exóticas de la Amazonía,
como el camu camu y el aguaje, que se pueden comer o tomar en
refrescantes jugos. Tienen, además, muchísimas propiedades porque son
antioxidantes. Ya veréis: ¡vamos a llegar a España sin ninguna arruga!
En los restaurantes se ofrece lagarto a la parrilla, zarapatera de
motelo, juanes de gallina, cecina con tacacho, patarashca de bagre,
ceviche de doncella, de paiche o de toyo.... Y en los soportales de las
calles o en pequeñas y pobres tiendas venden sus escasas artesanías las
indias de la tribu amazónica shipibo, que trabajan fundamentalmente
telas con bordados geométricos, además de collares, pulseras y
pendientes de semillas.
Por
cierto, supongo que muchos lo sabréis, pero os recuerdo que el
descubridor del Amazonas fue el trujillano, casi paisano nuestro,
Francisco de Orellana. Gracias al dominico Gaspar de Carvajal, también
de Trujillo y un defensor de los indios en la misma línea de Fray
Bartolomé de las Casas, su cronista, conocemos todos los pormenores del
penoso viaje que Orellana y sus hombres tuvieron que afrontar en su
periplo por este río gigante que en algunos tramos se asemeja más bien
al mar, porque no se ven sus orillas. Cuenta Gaspar de Carvajal que, muy
avanzado ya el viaje, fueron atacados ferozmente por un ejército de
mujeres guerreras -muy fuertes y extremadamente hábiles en el manejo de
las flechas y lanzas envenenadas- o, por lo menos, encabezado y liderado
por ellas. A los españoles estas mujeres les recordaron a nuestras
Amazonas de la mitología clásica occidental y de ahí el nombre. A los
estudiosos les ha dado mucho que pensar el hecho de que Gaspar de
Carvajal contara que estas mujeres eran rubias y de piel blanca. Y a mí
me ha alucinado todavía más el hecho de que el llerenense Pedro Cieza de
León describiera de la misma forma en su crónica de Perú a los indios
Chachapoyas -de hecho, los guías siempre te cuentan en las excursiones
que hay todavía gente por esta zona con rasgos nórdicos-. ¿Ficción o
realidad? ¿Ganas de impresionar a su majestad Carlos V? No sabía yo que
el ideal literario y artístico de la mujer renacentista hubiera llegado
hasta estas lejanísimas tierras.
Y
gracias a Javier Reverte y a su melancólico libro "El río de la
desolación", hemos aprendido que el Amazonas nace en un manantial en el
Nevado del Mismi, en los Andes, cerca de Chimay, Arequipa. Los geógrafos
no se ponen de acuerdo sobre la longitud del Amazonas y si es o no más
largo que el Nilo, ya que en su desembocadura, un delta que alcanza los
240 kilómetros de ancho, se desmembra en decenas de brazos, formando
canales e islas, una de ellas -Marajó- del tamaño de Suiza.
Independientemente de los datos objetivos, concluye Reverte que el Nilo,
al lado del Amazonas, parece casi de juguete.
En
cualquier caso, impresiona pensar en la osadía y la locura, en
ocasiones, de los hombres y mujeres que se aventuraron por estas tierras
tan difíciles, infinitamente más en aquella época. También, en su
terrible ansia de poder y de riquezas, en su crueldad sustentada en una
fe ciega e ignorante. Consuela algo el hecho de que también llegaran
aquí personas más humanistas y más humanas. Y que nos lo contaran todo,
para repetir solamente lo bueno.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Qué bonita crónica, Coro!... y que documentada. Me ha gustado mucho... seguro que disfrutaste mucho en esa inesperada conversación literaria.
ResponderEliminarBesos para los dos.
Gracias, Pedro. Fue una maravilla conversar con este hombre. En cuanto a la documentación, como te imaginarás, las fuentes que puedo manejar son muy escasas, así es que espero que me corrijas si alguna vez meto la pata, que me pasará seguro. Además, ya veo que cuento también con la ayuda de Tapia. Entre los dos podéis poner las cosas en orden cuando haga falta. Un abrazo grande. También para Vega.
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