jueves, 20 de octubre de 2016

Un largo camino hacia Pucallpa

"Cualquier cosa que puedes hacer o que sueñes que puedes hacer, hazla. El coraje tiene genio, poder y magia". W.H. Murray, "La expedición escocesa al Himalaya", 1951.

Dejamos la cordillera de los Andes y emprendimos camino buscando la cuenca del Amazonas. En el trayecto hay dos ciudades interesantes, Moyobamba y Tarapoto, las dos bastante calurosas y con abundantes mosquitos, la segunda mucho más que la primera. El paisaje, a medida que ascendemos hasta Moyobamba, se va haciendo cada vez más selvático, de hecho atravesamos el Parque Nacional Alto Mayo, un denso bosque nuboso con vegetación tropical, muy parecido a los bosques nubosos de Mindo, en Ecuador. Tarapoto nos parecía demasiado grande, calurosa y ajetreada, así es que decidimos quedarnos a descansar en Moyobamba, la ciudad de las orquídeas. Tiene dos orquidearios, uno del tipo de un vivero y otro que es en realidad una reserva natural con un jardín de orquídeas y otro de colibríes. Visitamos los dos, porque aparte de eso y de unos baños termales, lo que se puede hacer en la tranquila Moyobamba es descansar lo cual, por cierto, buena falta que nos hacía. Tuvimos la suerte de hospedarnos en un hostal buenísimo, El Portón, muy tranquilo, con un  jardín precioso donde pasar la tarde leyendo y escribiendo. Sus dueños son muy amables y nos prestaron mucha ayuda dándonos toda la información que necesitábamos para nuestra siguiente etapa. La noche de nuestra despedida tuvimos la suerte de conocer en su casa al Director Regional de Cultura, con quien pude mantener una emocionante y sorprendente charla -por inesperada- sobre literatura española e hispanoamericana. Hablamos, sobre todo, de Arguedas y de César Vallejo. Luis Alberto Vásquez es, además de una persona muy culta, muy generoso, hasta el punto de que, una vez que se hubo ido, regresó para regalarme varios libros, algunos suyos, otros del gran poeta de Moyobamba Luis Hernán Ramírez, un librito de poesía titulado "Solo para mujeres" -ya os lo pasaré, chicas- y la que él me presentó como la gran novela de la Amazonía. Se titula "Paiche" (1963) -es el nombre de un enorme pez del Amazonas, muy apreciado aquí y que está en peligro de extinción actualmente, aunque lo vemos en las cartas de los restaurantes- del pintor y escritor César Calvo Araújo. Luis me decía que no existía otra novela que reflejara más fielmente la realidad amazónica, sus paisajes y sus gentes. Así es que estoy deseando montarme en el barco para ponerme con ella, aunque tengo que terminar todavía con Pantaleón y tenemos también "El río de la desolación" de Javier Reverte. Fue un rato maravilloso y entrañable. Él Incluso recordaba que en alguna novela hispanoamericana aparecía mi nombre completo. No me costó nada ayudarlo: era Florentino Ariza quien llamaba a Fermina Daza  "la Diosa Coronada" en "El amor en los tiempos del cólera". Nos echamos unas buenas risas con esto y con el nuevo Premio Nobel. 
Y después de tantas emociones, el domingo 16 emprendimos nuestro largo camino hasta Pucallpa. El primer día llegamos en combi y en taxi compartido hasta Tingo María, después de 13 horas de viaje por unas carreteras destrozadas, polvorientas y dejadas de la mano de dios, como todo el norte del país -disculpad que insistamos en esto, pero es que clama al cielo-. Luis alucinaba cuando le contamos que íbamos a hacer así el viaje. Yo le dije que, afortunadamente, teníamos más tiempo que dinero, así es que el avión no entraba en nuestros planes. Y también, que queríamos hacernos la ilusión de que éramos más viajeros que turistas. Sí, sí. Muy viajeros, pero llegamos a Tingo María que no sentíamos el culo. Bueno, sí que lo sentíamos, con un dolor insoportable que aún no se nos ha quitado. Ayer, a pesar del culo dolorido, fue más suave: solo hicimos cinco horas apretujados en un taxi compartido por una carretera que era una pura curva, con obras a cada tramo porque el firme había desaparecido bajo los derrumbes. No os asustéis, que el taxista era un máquina y llegamos a Pucallpa perfectamente. 
Hemos venido a Pucallpa para iniciar desde aquí nuestro viaje por el Amazonas. Parece ser que no es el modo más frecuente de hacerlo, pues la mayoría de la gente de la que hemos obtenido información lo hace desde Yurimaguas, mucho más al norte. Sin embargo, Julio contactó con un español que conoce bien la zona y lo que él había hecho le pareció mucho más atrayente. Germán le contó que la zona de Yurimaguas era un poco decepcionante porque estaba bastante deforestada y sobre explotada y que había que avanzar mucho río adentro para entrar en algún área de la Reserva Pacaya Samiria que fuera bonita. La guía Lonely Planet corrobora esa información. Por cierto, el acceso al Amazonas desde Yurimaguas es a través del río Huallaga y luego del río Marañón, el mismo en el que se adentró el loco, lunático y tremendamente cruel Lope de Aguirre. Hemos visto en el iPad la película de Herzog "Aguirre, la cólera de Dios" (1972) y se nos han puesto los pelos de punta ante tanta enajenación y tanta maldad. 
Lo que German le propuso a Julio fue coger el barco hasta Iquitos desde Pucallpa, a orillas del río Ucayali, de 3000 kilómetros de longitud, pues a él le parecía que en todo el trayecto por el Amazonas hasta su desembocadura en el Atlántico esa era la parte mejor conservada y más auténtica, la que va desde Pucallpa hasta Iquitos. Esta opción nos permitiría, además, entrar a la selva por el pueblito de Bretaña, que se encuentra ya dentro de la Reserva Natural Pacaya Samiria, el más grande de todos los bosques y reservas del país. Así es que Germán convenció a Julio y por eso estamos aquí, esperando para iniciar ya en breve lo que espero sea una emocionante y feliz aventura por el Amazonas. La espera se hace un poco larga porque Pucallpa no tiene mucho que ofrecer, hace muchísimo calor, tiene mucho tráfico y hay que resguardarse de los mosquitos. Pero no deja de ser una antesala de las grandes ciudades de la selva: por todas partes se venden frutas exóticas de la Amazonía, como el camu camu y el aguaje, que se pueden comer o tomar en refrescantes jugos. Tienen, además, muchísimas propiedades porque son antioxidantes. Ya veréis: ¡vamos a llegar a España sin ninguna arruga! En los restaurantes se ofrece lagarto a la parrilla, zarapatera de motelo, juanes de gallina, cecina con tacacho, patarashca de bagre, ceviche de doncella, de paiche o de toyo.... Y en los soportales de las calles o en pequeñas y pobres tiendas venden sus escasas artesanías las indias de la tribu amazónica shipibo, que trabajan fundamentalmente telas con bordados geométricos, además de collares, pulseras y pendientes de semillas. 
Por cierto, supongo que muchos lo sabréis, pero os recuerdo que el descubridor del Amazonas fue el trujillano, casi paisano nuestro, Francisco de Orellana. Gracias al dominico Gaspar de Carvajal, también de Trujillo y un defensor de los indios en la misma línea de Fray Bartolomé de las Casas, su cronista, conocemos todos los pormenores del penoso viaje que Orellana y sus hombres tuvieron que afrontar en su periplo por este río gigante que en algunos tramos se asemeja más bien al mar, porque no se ven sus orillas. Cuenta Gaspar de Carvajal que, muy avanzado ya el viaje, fueron atacados ferozmente por un ejército de mujeres guerreras -muy fuertes y extremadamente hábiles en el manejo de las flechas y lanzas envenenadas- o, por lo menos, encabezado y liderado por ellas. A los españoles estas mujeres les recordaron a nuestras Amazonas de la mitología clásica occidental y de ahí el nombre. A los estudiosos les ha dado mucho que pensar el hecho de que Gaspar de Carvajal contara que estas mujeres eran rubias y de piel blanca. Y a mí me ha alucinado todavía más el hecho de que el llerenense Pedro Cieza de León describiera de la misma forma en su crónica de Perú a los indios Chachapoyas -de hecho, los guías siempre te cuentan en las excursiones que hay todavía gente por esta zona con rasgos nórdicos-. ¿Ficción o realidad? ¿Ganas de impresionar a su majestad Carlos V? No sabía yo que el ideal literario y artístico de la mujer renacentista hubiera llegado hasta estas lejanísimas tierras. 
Y gracias a Javier Reverte y a su melancólico libro "El río de la desolación", hemos aprendido que el Amazonas nace en un manantial en el Nevado del Mismi, en los Andes, cerca de Chimay, Arequipa. Los geógrafos no se ponen de acuerdo sobre la longitud del Amazonas y si es o no más largo que el Nilo, ya que en su desembocadura, un delta que alcanza los 240 kilómetros de ancho, se desmembra en decenas de brazos, formando canales e islas, una de ellas -Marajó- del tamaño de Suiza. Independientemente de los datos objetivos, concluye Reverte que el Nilo, al lado del Amazonas, parece casi de juguete. 
En cualquier caso, impresiona pensar en la osadía y la locura, en ocasiones, de los hombres y mujeres que se aventuraron por estas tierras tan difíciles, infinitamente más en aquella época. También, en su terrible ansia de poder y de riquezas, en su crueldad sustentada en una fe ciega e ignorante. Consuela algo el hecho de que también llegaran aquí personas más humanistas y más humanas. Y que nos lo contaran todo, para repetir solamente lo bueno.













3 comentarios:

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  2. ¡Qué bonita crónica, Coro!... y que documentada. Me ha gustado mucho... seguro que disfrutaste mucho en esa inesperada conversación literaria.
    Besos para los dos.

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  3. Gracias, Pedro. Fue una maravilla conversar con este hombre. En cuanto a la documentación, como te imaginarás, las fuentes que puedo manejar son muy escasas, así es que espero que me corrijas si alguna vez meto la pata, que me pasará seguro. Además, ya veo que cuento también con la ayuda de Tapia. Entre los dos podéis poner las cosas en orden cuando haga falta. Un abrazo grande. También para Vega.

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